De la forma en que los amigos de Job trataron de consolarlo aprendemos un principio básico sobre lo que es consolar a los demás cuando sufren: la capacidad de ayudar de un consolador no está tanto en su talento para usar las palabras, sino en su capacidad de ser solidario. Esa es la comprensión que Job anhelaba cuando sus amigos trataron de corregirlo.

El Dr. Paul Brand ha expresado esta verdad hermosamente en su libro La obra maestra de Dios. Él escribe: Cuando pregunto a mis pacientes “¿quién le ayudó en su sufrimiento?”, escucho una respuesta extraña e imprecisa.

La persona descrita raras veces tiene respuestas suaves y una personalidad alegre y efervescente. Es una persona callada, comprensiva, que escucha más de lo que habla, que no juzga y ni siquiera ofrece mucho consejo. “La sensación de paciencia.” “Alguien que estaba presente cuando lo necesité.” Una mano que tomar. Un abrazo comprensivo y perplejo. Un nudo en la garganta compartido.”

A veces, al esforzarnos tanto para decir lo correcto olvidamos que el lenguaje de los sentimientos habla mucho más alto que nuestras palabras. Hay momentos en que lo mejor que podemos hacer es «llorar con los que lloran» (Romanos 12:15).

El primer paso para ayudar a otros en sus angustias es compartir su dolor (2 Corintios 1:3-4).

Romanos 12:15.
. . . llorad con los que lloran. —