Fabiola es una niña de escasos 7 años. Hace algunos meses, luego de un periodo de vacaciones, la niña empezó a  tener problemas todos los días antes de ir a la escuela. Cada ves que se acercaba la hora de la escuela, la niña lloraba, hacía berrinches, se revolcaba por el piso. Todos los días en la mañana se quejaba de diferentes dolores; a veces le dolía el estómago, otras veces la garganta, otras la cabeza…. En fin; siempre le dolía algo.

Su madre empezaba a sentirse desesperada. Todos los días era la misma tortura; no solo para Fabiola, sino también para ella pues le era muy difícil lidiar con el llanto y la conducta de su pequeña.

Al principio le decían que le diera tiempo, que pronto lo superaría. Pero el tiempo pasaba y el síntoma más bien se incrementaba.

Sus maestras al inicio trataron de comprenderla, pero luego empezaron a mostrarse  molestas pues, según ellas la niña la estaba manipulando con su conducta. La opinión de la escuela y de la familia era que ella debía ser más fuerte con la niña; sin embargo seguir  esta recomendación solo logró que los síntomas se multiplicaran. La angustia empezó a aparecer desde el domingo, se acompañaba de diarreas y problemas respiratorios. El llanto empezaba desde  la noche anterior. La madre supo que debía buscar ayuda cuando un día en medio de la desesperación, su hija le suplicó le ayudara a no vivir más porque ya no aguantaba el dolor.

Esta fue la historia de una madre desesperada que vivía con un gran dolor en su corazón.

Los niños y las niñas experimentan a lo largo de su desarrollo diferentes tipos de temores: el primer temor se experimenta a tan solo momentos de nacer.  La simple separación de la seguridad  del vientre materno ya es un trauma. Este es superado con los primeros contactos que el bebé logra tener con su mamá. Se forma pronto un vínculo madre-hijo. Esto hace que cuando el bebé extrañe a su mamá, llore pidiendo su presencia.

A partir más o menos de los ocho meses, algunos niños podrían experimentar un mayor apego a su mamá; lloran cuando otras personas los toman en brazos (antes no lo hacían), necesitan tener contacto visual con su mamá. En esta etapa la angustia de separación es normal.

Pronto se  debe ir formando un vínculo que permita sentir conexión con mamá aún y cuando ella no esté tan cerca.

La angustia en estos momentos es normal. Es más, la angustia es  una respuesta adaptativa del cuerpo, en ocasiones es normal sentirse angustiado: Dígame si usted  no se ha sentido angustiado cuando llega a un nuevo trabajo o cuando va  por primera vez a tomar un avión…. Sin embargo largos periodos de angustia no son normales ni saludables.

La angustia puede convertirse en una fobia  cuando sin una razón lógica aparente,   aparece un temor incontrolable a una situación o a enfrentar algo que no existía con anterioridad.
Existen distintos tipos de fobia: a la escuela, animales, alturas, lugares cerrados, nadar, a la oscuridad, a estar en lugares con puertas cerradas, etc. Las fobias, particularmente la de tipo escolar puede tener repercusiones en lo académico, en lo familiar y en el  si mismo.

La fobia escolar puede estar relacionada con diversas causas: una  mala experiencia con un profesor o con una  materia. Puede darse luego de un cambio de  escuela o por una situación vivida con compañeros.

Sin embargo, hay fobias que aunque se sintomaticen en la escuela, su trasfondo puede estar en una situación ajena a la escuela. Por ejemplo, la angustia de separación por el divorcio de los padres o por la muerte de una persona cercana al niño. En ocasiones, hay niños que empiezan a presentar fobias escolares porque inconscientemente temen la muerte de alguno de sus progenitores o porque hay una separación no elaborada.

Hay fobias que tienen su cuna en hogares que cuentan con padres/madre sobreprotectores. Este modelo de crianza a la larga, genera ansiedad e inseguridad. En otras circunstancias, puede tratarse de niños parentalizados, acostumbrados a asumir  funciones de pareja. Niños y niñas que están acostumbrados a cuidar por sus padres/madres y que pueden experimentar un gran  temor por que pase algo mientras ellos estén fuera de control.

La sintomatología es amplia: piden permisos para faltar a clases, no quieren separarse de mamá o de papá, sienten distintos padecimientos tales como dolores de cabeza, de estómago, tos y otros. Hay  llantos descontrolados, rabietas, en algunos casos expresan no poder  respirar y en el extremo más severo pueden también llegar a darse  ataques de pánico.

Ante esta situación  es importante que tome en cuenta las siguientes recomendaciones:

•    Es importante que el niño o la niña vaya a la escuela. Probablemente si usted permite que empiece a faltar, quiera pulsar luego por no volver a incorporarse a la escuela.
•    Trate de comprender lo que sienten, hable con ellos/ellas  de lo que sienten.
•    Valide los  síntomas. Trate de ponerles nombre; por ejemplo decirle que no puede respirar porque el temor que está sintiendo, que si trata de tranquilizarse logrará respirar mejor. Evite desvalidar el síntoma: “no es para tanto” “no tenés nada”
•    Trabaje en encontrarle la razón a la fobia.
•    En función de prevención, trate  de dejarlos con otras personas por ratitos (por supuesto, personas de confianza).
•    La separación debe ser firme pero con cariño. Dígale que va a estar bien y luego usted debe retirarse.
•    Trate de cumplir con lo que promete: si le dijo que va a llegar a una hora, llegue a esa hora, no les haga esperar; esto incrementa el problema.
•    Sean  padres y madres firmes,  pero amorosos. Evite pegarle, gritarle, tratar de hacerle entrar en razón en ese momento no es conveniente. Todo esto hará que se incrementen los síntomas.
•    Si falta a la escuela porque dice estar enfermo (a) llévele al médico.
•    Solicite ayuda de la escuela, trate de trabajar en conjunto con la escuela.
•    Si los problemas persisten después de al menos quince días, busque ayuda profesional.
•    Trate de fomentar relaciones sociales con  niños de su edad, preferiblemente compañeros/as.
•    Ponga en marcha algún contrato o modificador conductual: otorgue un punto por cada día que logre ir a la escuela. Cambiemos luego por una actividad especial: una ida al cine en familia, ir a comer un helado, compartir algún juego, etc.
•    Refuerce positivamente  la asistencia a escuela aunque esta haya sido forzosa.

Hasta pronto!

Licda. Tatiana Carrillo Gamboa.
Psicóloga y psicopedagóga.