Se había ido la luz en el vecindario aquella noche, por lo que colocamos velas en algunos lugares estratégicos de la casa para poder movernos con algo de seguridad.

Me senté en el comedor, frente a una vela que, tras mucho uso anterior, parecía llegar al final de su existencia. La llama de la vela luchaba por mantenerse encendida. Al contemplar la endeble llamita, me puse a reflexionar que nuestras vidas, al llegarles su ocaso, son semejantes a aquella llamita.

Mi madre estaba sentada al otro extremo de la mesa, contando algunas anécdotas sobre sus incursiones evangelísticas. Ella me compartía que, de unos años para acá, no permitía que persona alguna se le escapase sin que pudiera compartirle acerca de su amigo, Jesús.

Ella se había vuelto tenaz en lo que tenía que ver con su compromiso de fe. De hecho, en una ocasión, le enseñó a un loro suyo a predicar… de manera que, cada vez que el loro se sentía alegre, gritaba con una claridad impresionante: “Arrepiéntete, pecador; Cristo te ama”.

La escuchaba reflexionar cómo había perdido tanto tiempo durante su juventud, permitiendo que la vida pasase sin mayor bendición ni para ella ni para los que la rodeaban. Concluyó: “¡No hay tiempo que perder!”

Mientras ella hablaba, la veía y no podía menos que comparar su testimonio con el de la llamita de la vela. Mi madre, al igual que la llamita, luchaba por mantenerse como bendición. Esta, por haberse consumido la parafina, aquella en medio de sus luchas contra la enfermedad y la debilidad propia de los años. Pero ambas decididas a no rendirse…

Mi madre está convencida que el Señor habrá de valorar su servicio, aunque insignificante para muchos hoy, del otro lado del cielo.

Sin importar cuánto de la vela de tu vida ya se ha consumido, atrevámonos a llevar adelante la honrosa labor de quien comparte la historia más grande jamás contada, la de Aquel que, siendo la luz del mundo, vino a sacarnos de la oscuridad del pecado para que, brillando para El, nos enfrentemos al futuro con la certeza de un trabajo bien hecho.

Anita Irigoyen

¿Sabías que tú eres también una vela? No dejes que se apague. Hay multitudes viviendo en tinieblas esperando que les compartas tu luz. NO dejes que tu vela se apague.

¿Por qué no fui escondido como abortivo, como los pequeñitos que nunca vieron la luz?
Job 3:16.

La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz.
Mateo 6:22.

Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor.
Lucas 11:36.