William “Bill” Crawford era ciertamente una figura poco impresionante: uno podía fácilmente pasarlo por alto durante un día ajetreado en la Academia de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.  El Sr. Crawford, como la mayoría nos referíamos a él a finales de los 1970’s, era el conserje de nuestra barraca.  Mientras que nosotros, los cadetes nos ocupábamos preparándonos para las pruebas académicas, eventos atléticos, desfiles de sábado en la mañana e inspecciones de dormitorio, o las clases de liderazgo sin fin, Bill se movía en silencio por nuestra barraca, trapeando y puliendo pisos, descargando cestos de basura, limpiando inodoros, o simplemente limpiando la basura que 100 muchachos de edad universitaria pueden dejar en un dormitorio.  Tristemente, por muchos años, pocos de nosotros le notamos, dándole poco más que leve saludo o un cortés “buenos días” al pasarle al lado camino a nuestra rutina diaria.

¿Por qué?  Tal vez fuese por la manera en que hacía su trabajo… siempre mantenía el área de la barraca inmaculada, aún los inodoros y baños brillaban.  Francamente, hacía su trabajo tan bien que ninguno de nosotros lo notaba o tuvo que involucrase.  Después de todo, limpiar inodoros era su trabajo, no el nuestro.  Quizá era su apariencia física la que lo hacía desaparecer en el trasfondo.  Bill no se movía muy rápido y, de hecho, uno podría decir que arrastraba los pies un poco como si hubiese sufrido algún tipo de lesión.  Su cabello gris y rostro arrugado le hacían aparecer antiguo a un grupo de jóvenes cadetes.  Y su sonrisa chueca, bueno se veía un poco cómica.  Seamos claros, Bill era un viejo en un mundo de gente joven, ¿qué podría él ofrecernos a nivel personal?

Finalmente, tal vez fue la personalidad del Sr. Crawford lo que le hacía casi invisible a la gente joven a su alrededor.  Bill era tímido en extremo; raras veces le hablaba a un cadete a menos que éste le hablase primero y eso no ocurría con frecuencia.  Nuestro conserje siempre se sumergía en su trabajo, desplazándose con los hombros caídos, una manera de andar sigilosa y rehuyendo mirar de frente.  Si se daba cuenta del bullicio de la vida de los cadetes a su alrededor, era difícil saberlo.  Así que, por la razón que fuese, Bill se confundía con las paredes y llegó a ser parte de la instalación.  La Academia, uno de los principales laboratorios de liderazgo del país, nos mantenía ocupados de sol a sol.  Y el Sr. Crawford… bueno, él era tan solo el conserje.

Eso cambió una tarde de sábado en el otoño de 1976.  Yo leía un libro sobre la Segunda Guerra Mundial y las duras campañas aliadas en Italia, cuando me tropecé con una historia increíble.  El 13 de septiembre de 1943, el Cabo William Crawford de Colorado, asignado a la 36ta División de Infantería, había estado involucrado en una sangrienta batalla en la Colina 424 cerca de Altavilla, Italia.  Las palabras me brincaron de la página: “frente a intenso y avasallador fuego hostil… sin consideración por su seguridad personal… por propia iniciativa, el Cabo Crawford atacó por sí mismo posiciones enemigas fortificadas”.  Continuó: “por evidente intrepidez y gallardía, a riesgo de su vida más allá del cumplimiento del deber, el Presidente de los EUA…”

“Caramba”, le dije a mi compañero de cuarto, “no podrás creer esto, pero creo que nuestro conserje es un receptor de la Medalla de Honor”.  Todos sabíamos que el Sr. Crawford era un veterano de la Segunda Guerra Mundial, del Ejército, pero eso no impidió que mi amigo me mirase como si yo fuese un ser extraño.  De todas maneras, no podíamos esperar para preguntarle a Bill sobre la historia el lunes.  Nos encontramos con el Sr. Crawford temprano el lunes y le mostramos la página del libro, con anticipación y duda en nuestros rostros.  Se le quedó mirando en silencio por unos momentos y entonces susurró algo como: “Sí, ese soy yo”.

Boquiabiertos, mi compañero de cuarto y yo nos miramos el uno al otro y luego al libro y rápidamente a nuestro conserje.  Casi al mismo tiempo gagueamos: “¿Y por qué nunca nos dijo?”  Lentamente respondió tras pensarlo un poco, “Ese fue un día en mi vida y pasó hace mucho tiempo”.  Creo que nos faltaron palabras después de aquello.  Tuvimos que apresurarnos para ir a clases y Bill, bueno, él tenía labores que atender.  Sin embargo, tras aquel breve intercambio, las cosas nunca fueron iguales en nuestra barraca.  Se corrió la noticia como pólvora entre los cadetes que teníamos un héroe en medio nuestro—el Sr. Crawford, nuestro conserje, ¡había ganado la Medalla!  Los cadetes que alguna vez le habían pasado al lado a Bill sin siquiera mirarlo, ahora lo saludaban con una sonrisa y un respetuoso “Buenos días, Sr. Crawford”.

Aquellos que anteriormente dejaban todo desordenado para que el conserje lo limpiase, comenzaron a arreglar las cosas por sí mismos.  La mayoría de los cadetes se detenía rutinariamente para conversar con Bill a lo largo del día y aún comenzaron a invitarlo a nuestras funciones formales del escuadrón.  Se presentaba en un vestido oscuro muy conservador y hablaba en voz baja con aquellos que se le acercaban, siendo la única seña de su heroicidad una sencilla insignia azul con estrellas en su solapa.  Casi de la noche a la mañana, Bill pasó de ser parte del moblaje de nuestra barraca a ser uno de los miembros del equipo.  El Sr. Crawford cambió también, pero había que observarlo de cerca para notar la diferencia.  Después de aquel día de otoño de 1976, parecía moverse con mayor propósito, sus hombros no se veían tan caídos y ahora enfrentaba nuestros saludos mirándonos a los ojos contestándonos un “Buenos días” más vigoroso
mientras mostraba su chueca sonrisa más a menudo.  La barraca brillaba como siempre, pero ahora parecía que todos lo notaban más.  Bill llegó a conocernos a la mayoría por nuestro primer nombre, algo que no pasaba a menudo en la Academia.  Si bien nadie jamás reconoció formalmente el cambio, creo que nos convertimos en los cadetes de Bill y su escuadrón.

Como suele pasar en la vida, los eventos nos alejan de aquellos en nuestro pasado.  La última vez que vi a Bill fue el día de graduación en junio de 1977.  Al dejar la barraca por última vez, me estrechó la mano y simplemente dijo: “Buena suerte, joven”.  Con aquello, me embarqué en una carrera que ha sido verdaderamente bendecida y afortunada.  El Sr. Crawford continuó laborando en la Academia y eventualmente se retiró a su nativo Colorado donde reside hoy, uno de cuatro receptores de la Medalla de Honor en un pueblecito.

Un sabio dijo una vez: “No es la vida la que es importante, sino aquellos que conocemos en el camino lo que hace la diferencia”; Bill fue uno que hizo la diferencia para mí.  Si bien no he visto al Sr. Crawford en más de 20 años, estaría sorprendido de saber que pienso en él a menudo.  Bill Crawford, nuestro conserje, me enseñó muchas lecciones de liderazgo valiosas e inolvidables.  A continuación les comparto diez de ellas.

1.  Tengamos cuidado con las etiquetas.  Las etiquetas que colocamos sobre otros pueden definir nuestra relación con ellos y limitar su potencial.  Tristemente, y por mucho tiempo, etiquetamos a Bill como solo un conserje, pero él era mucho más.  Por lo tanto, tengamos cuidado del líder que cruelmente dice: “Hey, es tan sólo un soldado”.  De igual manera no toleremos al oficial que dice: “No puedo hacer eso, soy tan sólo un teniente”.

2.  Todos merecen respeto.  Al etiquetar al Sr. Crawford como “conserje”, a menudo le tratamos injustamente con menos respeto que a los demás.  Él merecía mucho más y no solo por haber ganado la Medalla de Honor.  Bill merecía respeto porque era un conserje, porque caminaba entre nosotros y porque era parte del equipo.

3.  La cortesía hace la diferencia.  Seamos corteses con todos a nuestro alrededor, sin importar rango ni posición.  Las costumbres militares, como también las cortesías comunes, ayudan a solidificar un equipo.  Cuando nuestras palabras diarias al Sr. Crawford pasaron de “holas” automáticos a saludos genuinos, su comportamiento y personalidad cambiaron externamente; hizo la diferencia para todos nosotros.

4.  Tomemos tiempo para conocer a nuestra gente.  La vida militar es agotadora, pero eso no es excusa para no conocer a la gente con la que trabajamos y para quien trabajamos.  Por años un héroe caminó entre nosotros en la Academia y no lo sabíamos.  ¿Quiénes serán los héroes que caminan entre nosotros?

5.  Cualquiera puede ser un héroe.  El Sr. Crawford por cierto no encajaba en la definición estándar de héroe de nadie.  Es más, tan sólo era un cabo el día que ganó su medalla.  No menospreciemos a nuestra gente porque cualquiera de ellos pudiera ser el héroe que sale al frente cuando el deber le llame.  Por otro lado, es fácil recurrir a nuestros actores comprobados cuando las cosas se ponen difíciles… no más no ignoremos al resto del equipo.  El novato de hoy pudiera y debiera ser el superhéroe de mañana.

6.  Los líderes debieran ser humildes.  La mayoría de los héroes modernos y algunos líderes son todo menos humildes, especialmente si calibramos nuestro “medidor de héroes” en el área atlética.  Las celebraciones en la zona de gol y el auto-engrandecimiento es lo que se ha llegado a esperar de los grandes jugadores.  No fue así con el Sr. Crawford… estaba demasiado ocupado trabajando para celebrar sus logros del pasado; el líder haría bien en hacer lo mismo.

7.  La vida no siempre nos dará lo que pensamos que merecemos.  En la milicia, trabajamos duro y pensamos que merecemos reconocimiento por ello, ¿verdad?  Sin embargo, a veces simplemente tenemos que perseverar, aún cuando los honores no nos vengan.  Quizá no fuimos nominados para oficial del trimestre como pensamos merecerlo… no permitamos que eso nos detenga.

8.  No busquemos gloria sino excelencia.  El Cabo Bill Crawford no buscó gloria; cumplió con su deber y entonces barrió los pisos para ganarse la vida.  No hay empleo demasiado bajo para un líder; si Bill Crawford, un ganador de la medalla de honor, podía limpiar inodoros y sonreír, ¿habrá un empleó realmente indigno?  Pensémoslo.

9.  Busquemos la excelencia.  Sin importar la tarea que la vida nos brinde, hagámosla bien.  El Dr. Martin Luther King dijo: “Si la vida nos hace un barredor de calles, seamos el mejor barredor que podamos ser”.  El Sr. Crawford modeló esa filosofía y ayudó a convertir nuestro dormitorio en un hogar.

10. La vida es un laboratorio de liderazgo.  Demasiado a menudo buscamos alguna escuela o curso que nos enseñe acerca del liderazgo cuando, de hecho, la vida es un laboratorio de líderes.  Aquellos que conocemos cada día nos enseñarán valiosas lecciones si tan solo nos tomamos el tiempo para detenernos, mirar y escuchar.  Invertí cuatro años en la Academia de la Fuerza Aérea, tome docenas de clases, leí cientos de libros y conocí miles de grandes personajes.  Recogí habilidades de liderazgo de todos ellos, pero una de las personas que más recuerdo es al Sr. Bill Crawford y las lecciones que sin darse cuenta me enseñó.  No perdamos la oportunidad de aprender.

Bill Crawford era un conserje; sin embargo también fue un maestro, amigo, modelo y un gran héroe estadounidense.  Gracias, Sr. Crawford, por sus valiosas lecciones de liderazgo.

Dale Pyeatt, Director Ejecutivo de la Asociación de la Guardia Nacional de Texas, comenta: “Y ahora, el resto de la historia… El Cabo William John Crawford era un explorador del 3er Pelotón de la Compañía L, Regimiento 142 de la 36ta División (Guardia Nacional de Texas) y ganó la medalla de honor por sus acciones en la Colina 424, sólo 4 días tras la invasión de Salerno.

En la Colina 424, el Cabo Crawford eliminó 3 ametralladoras enemigas antes de caer la noche, que impedían el avance del pelotón.  El Cabo Crawford no pudo ser hallado y se asumió que había muerto.  La solicitud para su medalla de honor fue aprobada rápidamente.  El Mayor General Terry Allen presentó la medalla póstuma al padre de Bill Crawford, George, el 11 de mayo de 1944 en Campo (ahora Fuerte) Carson, cerca de Pueblo.  Casi dos meses después, se supo que el Cabo Crawford estaba vivo en un campo de prisioneros de guerra en Alemania.  Durante su cautiverio, un guardia alemán le golpeó con su rifle.  Bill forcejeó con él, le quitó el rifle y lo golpeó con él, dejándolo inconsciente.  El testimonio de un médico alemán le salvó de un serio castigo y tal vez la muerte.  Para mantenerse por delante del avance ruso, los prisioneros fueron obligados a marchar 800 Km en 52 días en medio del invierno alemán, subsistiendo con una papa al
día.  Una columna de tanques aliados liberó el campo en la primavera de 1945 y el Cabo Crawford tomó su primera ducha caliente en 18 meses el día de la Victoria.  El Cabo Crawford se mantuvo en el ejército hasta jubilarse con el rango de Sargento y convertirse en conserje.  En 1984, el Presidente Ronald Reagan presentó oficialmente la medalla de honor a Bill Crawford”.

William Crawford murió en el 2000; es el único veterano del Ejército y ganador de la medalla de honor en ser enterrado en el cementerio de la Academia de la Fuerza Aérea.

Coronel James E. Moschgat, Comandante del 12do Grupo de Operaciones de la 12da Ala de Entrenamiento de Vuelo, Base de la Fuerza Aérea Randolph, Texas
Fuente: www.AsAManThinketh.net

La historia de hoy, si bien es bastantito más larga de lo que acostumbro enviarles, habrá de impactarles como lo hizo conmigo.  Si bien el contexto militar en el que se desarrolla no habrá de hallar eco en la mayoría de ustedes, los principios que afirma y, en especial, las lecciones que saca en limpio al final, si lo harán.  Creo que todos necesitamos hacer un alto y tal vez aprender del Cabo Crawford… a final de cuentas eso estaría perfectamente en línea con los principios de la palabra de Dios.  Pero me doy cuenta de que no siempre es fácil romper con la rutina y mucho menos con una cultura que tiende a agruparnos en clases… sin embargo, si nos acercamos al Señor, Él habrá de proveernos no sólo la guía sino el poder para comenzar de nuevo.  ¿Por qué no tomar un tiempito este fin de semana para congregarnos y recibir dirección de Dios al respecto?  Adelante y que el Señor haga brillar Su rostro sobre ustedes y los suyos.

Raúl Irigoyen.

El Pensamiento Del Capellán.