Alguien comentó una vez que el propósito de la cruz era reparar lo irreparable.

Sabes que por medio de la sangre de Cristo tus pecados son perdonados, tus cicatrices borradas y que, una vez eliminadas, tus pecados son olvidados.

El Señor ya no los recuerda.

1 Juan 1:9

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

Salmo 86:5
“Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan”.

Salmo 51:1
“Ten piedad de mí, Oh Dios, conforme a tu misericordia; conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones”.

Salmo 32:5
“Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado”.

Salmo 51:7-12
“Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, Oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente”.

 

 

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