El retorcido sauce mantuvo su vigilia en nuestro patio durante más de 20 años.  Proveyó sombra a nuestros cuatro hijos mientras jugaban en el patio, y albergue a las ardillas del vecindario.

Pero cuando llegó la primavera y el árbol no despertó de su sueño invernal, había llegado la hora de derribarlo.

Trabajé en ese árbol durante una semana todos los días, primero para tumbarlo y luego para cortar dos décadas de crecimiento en pedazos manejables.  Me dio mucho tiempo para pensar en los árboles.

Pensé en el primer árbol, en el que colgaba el fruto prohibido que Adán y Eva no pudieron resistir. (Génesis 3:6).  Dios usó ese árbol para probar su lealtad y confianza.  Luego está el árbol del Salmo 1, el cual nos recuerda el fruto de una vida piadosa.  Y en Proverbios 3:18, la sabiduría es personificada como árbol de vida.

Pero el más importante es un árbol transplantado: la tosca cruz del Calvario que fue hecha de un árbol robusto.  Allí nuestro Salvador prendió entre el cielo y la tierra para llevar sobre sus hombros todos los pecados de todas las generaciones.  Se destaca por encima de todos los árboles como símbolo de amor, sacrificio y salvación.

En el Calvario, el Hijo unigénito de Dios sufrió una muerte horrible en una cruz.  Ese es el árbol de vida para nosotros.

La cruz de Cristo revela lo peor del pecado del hombre, y lo mejor del amor de Dios.

1 Pedro 2:24
…llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero…

Fuente:  Nuestro Pan Diario 2005, Editorial Unilit