El amor es el ingrediente fundamental que transforma una casa en un hogar.

Una familia acampaba en la acera de una ciudad porque no tenía lugar donde vivir. Dos mujeres que se encontraban cerca estaban hablando de aquella familia.  Una le dijo a la otra: “¡Qué buena familia, y no tienen hogar!” Un niñito de la familia dijo: “Si , tenemos un hogar, pero no tenemos una casa donde ubicarlo”. En la actualidad muchos tienen una casa donde vivir, pero no tienen un hogar. En un hogar cristiano cada uno vive para los demás, y todos viven para Cristo.

Cuando un bebé tiene algún problema, llora porque no sabe hablar. Él quiere lo que quiere, y lo quiere de inmediato. Pero cuando un adulto quiere lo que quiere, sin tener en cuenta lo infeliz que pueda hacer otra persona, decimos que a ese adulto todavía le falta la madurez. El tal es un bebé adulto.

El amor que el marido y la esposa sienten el uno por el otro debe ser un amor sacrificado y perdonador. El amor egoísta destruye un hogar, pero el amor verdadero lo edifica. No podemos tratar de cambiar primeramente a los demás. El buen hogar comienza por mí.

El matrimonio es una unión que no puede organizarse cuando ambos cónyuges se creen jefes.

Sometiéndonos unos a otros en el temor de Dios. —Efesios 5:21