|Hay una supuesta integridad que podemos llamar la integridad consensual. Mi querido amigo, Don Johnson me contó la historia de un misionero que estaba predicando. Un ministro mayor en edad y en sabiduría se sentó con un amigo a escuchar la historia que el otro hacía. La pregunta surgió en la mente de quien escuchaba. Reflexionando, él le preguntó al ministro anciano:
¿Ud. cree lo que él está predicando?
La respuesta fue rápida:
– Él lo cree.

Es un pecado mortal. Tal vez mi mayor pecado en PTL fue consentir en algunas de las cosas que pasaban. No era una decisión deliberada. Sencillamente, no hice nada. Ningún hombre es culpable por lo que otros hacen. Cada uno debe llevar sus propias culpas. Nunca expresé verbalmente mis objeciones, nunca lo dije y, no estaba a menudo, en contra. Sencillamente, no hice nada. Quería ser una buena persona, sin embargo, debí de forma amorosa, pero firme haber hablado y preguntar: “¿Qué está sucediendo aquí?” Hombres y mujeres pueden vivir una mentira; los adolescentes pueden vivir una mentira, las familias pueden vivir la gran mentira, las instituciones pueden vivir una mentira; una iglesia, una universidad o un ministerio pueden estar viviendo una gran mentira, ¡y no hacemos nada!. Al parecer, consentimos con eso mediante las acciones que no tomamos.
Asentimos moralmente con nuestro consentimiento e inconscientemente apoyamos lo que está sucediendo. En nuestro deseo de estar en armonía, perdemos la visión de lo que en verdad está ocurriendo.
Alguien dice algo en nuestra presencia; sabemos que no es verdad, pero no hacemos nada. Es muy incómodo no consentir. Sabemos hacer algo mejor, pero no lo hacemos y así dejamos entrar al enemigo en nuestra alma.
Admito que quiero caerles bien a las personas, y usted también lo quiere: eso es parte de nuestra naturaleza humana, y es también parte de nuestro problema.
La pregunta que debe hacerse cuando vemos a alguna persona caída jadeando por aire es: “Qué debemos hacer para responder a la necesidades de esa persona?”.
¿Simplemente debemos sentarnos a contemplar su muerte?

¿Ha ido usted de una manera amable pero firme hasta ellos preguntándoles qué les está sucediendo?
¿Qué hemos hecho acerca de consentir en las faltas de los demás?.

Los líderes caen en la orilla del camino y algunos jamás lo notamos. ¿Por qué esperamos hasta que sea muy tarde para darnos cuenta de que alguien lo ha perdido todo?. El buen samaritano no fue enviado por una iglesia, un club o un comité. Personalmente se interesó y se detuvo. Cuando su corazón le diga que haga algo para ir a una persona que está cayendo, hágalo, y tan pronto como sea posible. No consienta en lo que está pasando en la vida de ellos.
Sí, nuestros motivos tienen que ser correctos, y si lo son, no consentiremos en las cosas que nos desagradables a nuestro Padre celestial. Cada decisión tomada por una persona o grupo debe ser revisada por todos los que tenemos interés en esa decisión. Por el bien de quienes ha tomado la decisión, no debemos consentir en lo que sabemos que no es correcto. Nunca somos demasiado grandes ni poderosos para equivocarnos. ¿Cómo es que alguien puede engañar a las personas tanto tiempo sin que nadie lo sepa? Engañan a todo el mundo porque son muy competentes. Quienes conocen la verdad, simplemente siguen el ritmo y se adhieren a lo que el grupo piensa.

Los líderes de la iglesia escuchan la lectura de un informe misionero que ellos saben que no puede ser correcto. Se sientan en silencio, sin embargo, para no herir la “fe” de otros.
Muchas personas podrán negarse cobardemente a dar la voz de alarma citando la advertencia del Señor de que: “El que esté libre de pecados sea el primero en arrojar la piedra”; pero recordemos que la multitud estaba reunida para matar a solo una de las partes implicadas; no había una verdad imparcial. Por el contrario, las Escrituras nos advierten que optar por no hacer lo que es correcto es un pecado de omisión, y es serio.

Toleramos la integridad consensual por una razón: el egoísmo. Y esa razón tiene dos puntas: En primer lugar, la gente no quiere tener nada que ver con eso que le puede costar algo. En segundo lugar, otros no quieren decir nada porque pudiera significar la pérdida de dinero o prestigio que viene de la misma persona a quien tienen que confrontar.
De igual manera fallamos al blanco, porque las Escrituras nos llaman a todos a ser hombres y mujeres íntegros. El clamor de la multitud no nos debe atraer nunca a seguirle la corriente a una mentira, o a escondernos de alguna. El precio para nosotros y para los demás es demasiado alto.

Fuente: Tomado del libro INTEGRIDAD, por Richard Dortch