En La parte primera y Segunda de esta artículo, estuvimos tratando la conexión que existe entre Creer y Mirar y lo que es mirar al Señor.
Terminamos este tema mencionando que Ningún instante es mejor que otro para realizar el más noble de los actos. Nadie se encuentra más cerca de Cristo el domingo de resurrección que lo está el sábado 3 de agosto o el lunes 4 de octubre. Mientras Cristo esté sentado en el trono como Mediador, un día es tan bueno como cualquier otro, y todos los días son días de salvación.
Tampoco tiene importancia, en esta obra bendita de salvación, el lugar en que estemos cuando creemos en Dios. Levantad vuestro corazón a Cristo, e inmediatamente os sentiréis en un santuario, sea que estéis en un coche de ferrocarril, en una fábrica o en una cocina. Podéis ver a Dios en cualquier parte, con tal que vuestro corazón haya decidido amarle y obedecerle.
Tal vez alguno preguntará: “¿No es esto cosa propia de monjes o de ministros, que de por sí están acostumbrados a tener momentos reposados de meditación? Yo soy obrero, y dispongo de poco tiempo para eso!’
Me alegra poder decir que esta clase de vida es accesible a cualquier hijo o hija de Dios. De hecho, es practicada diariamente por miles de personas muy ocupadas, y
no está fuera del alcance de cualquiera.
Muchos han hallado el secreto de lo que vengo diciendo, y sin preocuparse demasiado por lo que ocurre dentro de ellos, practican continuamente el hábito de mirar a Dios desde su templo interior. Ellos saben que algo muy profundo en sus almas contempla a Dios.
Aun en los momentos cuando exigencias terrenales les obligan a apartar la vista de ello, no por eso interrumpen la comunión con Dios. No bien se ven libres de lo que impedía vuelven a concentrarse en él. Este es el testimonio de muchísimos cristianos, y mientras escribo, tengo la sensación de estar simplemente transcribiendo lo que ellos me han dicho.
No quiero dejar la impresión de que los medios comunes de gracia son de poco valor.
Ciertamente, ellos valen mucho. La oración privada debe ser practicada por todo cristiano.
Largos períodos de lectura de la Biblia y meditación purificarán nuestra vista interior, y la dirigirán; la asistencia a la iglesia amplía nuestros conocimientos, y nos mantiene en comunión con los hermanos.
Servicio, trabajo, actividad, todos son buenos, y debieran ocupar a todo cristiano. Pero en el fondo de todas estas cosas, y dándoles verdaderamente significado, debe estar el hecho de mirar constantemente a Dios. Un nuevo par de ojos (para hablar así) han de desarrollarse dentro de nosotros, capacitándonos para contemplar a Dios, mientras los ojos físicos siguen mirando el  mundo que pasa ante nosotros.
Tal vez haya alguno que diga que estamos magnificando la religión privada, que el “nosotros” del Nuevo Testamento está siendo desplazado por un egoísta “yo.” ¿Se les ha ocurrido pensar alguna vez que cien pianos afinados todos con el mismo sintonizador, están automáticamente sintonizados unos con otros?
Tienen el mismo tono, no porque hayan sido sintonizados unos con otros, sino porque todos fueron sintonizados por el, mismo sintonizador.
Del mismo modo cien personas, que están todas adorando a Dios con la mirada fija en Cristo, están perfectamente unidas unas con otras, mucho más que otras cien que al parecer adoran “unidas” pero cada una con sus pensamientos puestos en cualquier parte. La religión social se perfecciona al purificarse la religión individual. El cuerpo se hace fuerte cuando todos sus miembros están en perfecta salud.
La iglesia de Dios gana cuando todos y cada uno de sus miembros tratan de vivir mejor y más elevadamente.
Todo lo que antecede presupone sincero arrepentimiento y entrega completa a Cristo.
Apenas es necesario decir esto, porque solamente personas muy consagradas habrán seguido la lectura hasta aquí.
Cuando hayamos adquirido el hábito de mirar interiormente a Dios nos sentiremos llevados a un nivel de vida espiritual más alto, en conformidad con las promesas de Dios y las enseñanzas del Nuevo Testamento.
El Dios Trino y Único será nuestra morada, aun cuando nuestros pies pisen el prosaico sendero de los deberes cotidianos. Habremos hallado en verdad el summun bonum de la existencia. “Hay una fuente de deseos que podemos codiciar. Son estos de la clase que ni los ángeles ni los hombres pueden comprar, pero pueden adquirirlo aquellos que posean las cualidades que dejamos expuestas, pues ellas satisfacen plenamente todos los deseos racionales, y no puede haber mayor satisfacción que esa” (La Visión de Dios).
¡Oh, Señor! He oído una buena palabra invitándome a que mire a ti, y me asegura que si así lo hago, hallaré satisfacción. Mi alma anhela esa satisfacción, pero el pecado ha nublado mi visión a tal punto que apenas puedo distinguirte. Te ruego que me purifiques con tu preciosa sangre, limpiándome interiormente para que pueda mirarte sin velo ninguno, todos los días de mi peregrinaje.
Solo así podré contemplarte en todo tu esplendor el día que aparezcas para ser glorificado con tus santos y admirado por todos aquellos que te esperan, amén.

A. W. Tozer
Chicago. E.U.A.
Junio 16 de 1948