“Llegué a la cruz mirando su rostro y, mientras mis ojos lloraban, al verlo se corrió un velo que estremeció mi ser. Tras ese velo lo vi a Él mirarme con su dulce paz. Despegó su mano que estuvo clavada para extenderme sus dedos en clara aceptación. Caí de rodillas, y allí, temblando, lloré, mientras él me levantaba para darme un lugar a su lado”.

Serafín Contreras G.