Cuando te pido que me escuches y comienzas a darme consejos, no has entendido lo que te pedí.

Cuando te pido que me escuches y comienzas a decirme por qué no debo sentirme de tal manera, pisoteas mis sentimientos.

Cuando te pido que me escuches y sientes que debes hacer algo para resolver mi problema, me has fallado, aunque te suene raro.

¡Escucha!

Lo único que te pedí fue que me escuches y no hables o hagas algo, solo escúchame.

Yo sé valerme por mí mismo. No soy un inútil. Cuando haces algo por mí, que yo mismo puedo y debo hacer, contribuyes a mis sentimientos de temor e insuficiencia.  Pero, cuando aceptas como un simple hecho lo que yo siento, sin importar cuán irracional parezca, entonces puedo cesar de intentar convencerte y dedicarme a comprender lo que hay detrás de tales sentimientos irracionales.

Y cuando esté claro, las respuestas son obvias.

Quizás esta es la razón por la que es tan eficaz la oración; porque Dios escucha en silencio.

Eclesiastés 3:1,7
Todo tiene su tiempo…
tiempo de callar y tiempo de hablar.

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