Amado Pastor,

Por último, y aunque usted no me escribió nada sobre esto, quisiera mencionarle alguna otra situación en la que se vio envuelto Giezi como producto de sus debilidades anteriores y que creo, sin querer ofenderle por eso, que usted también la está viviendo.  Tiene que ver con la pérdida de la confianza en la providencia de Dios.

El Diccionario de la Lengua Española define la palabra providencia como: “Disposición anticipada o prevención que mira o conduce al logro de un fin”.  Aplicando esto a la acción divina, podríamos establecer que: “La Providencia de Dios tiene que ver con todo aquello que el Señor ha dispuesto desde la eternidad, anticipadamente, a fin de que todos sus deseos se cumplan perfectamente”.  O como lo expresa la Confesión De Fe De Westminster:  “Dios, el gran Creador de todas las cosas, sostiene, dirige, dispone y gobierna a todas las criaturas, acciones y cosas, desde la más grande hasta la más pequeña, por Su más sabia y santa providencia…”.  Pero aunque todo esto es una gran verdad, hermano, sucede que muchas veces, como siervos del Señor, no podemos realizar bien Su obra pues no confiamos en que Él tiene pleno control y autoridad sobre Su creación.
Examinemos el caso de Giezi: un hombre le llevó a Eliseo veinte panes de cebada.  Este encargó a su siervo que los repartiera entre los hijos de los profetas, que eran cien hombres. Ahora bien, Giezi, que acababa de ver cómo Eliseo había realizado un extraordinario milagro, no fue capaz de creer que Dios también podía multiplicar el pan y satisfacer su necesidad material.  Fue necesario que se escuchara la voz de Eliseo:

“Da a la gente para que coma, porque así ha dicho El Señor: Comerán y sobrará”.  (2 Reyes 4:43)

Así también es necesario que nosotros los pastores creamos que el Señor suplirá para todas nuestras necesidades, para nuestras familias, para nuestros ministerios, para nuestras necesidades personales.  Si no tenemos la capacidad de comprender y confiar en la providencia de Dios, serán muy pocas las cosas que podremos conquistar y obtener.  Y eso, amado pastor, es lo que deseo que usted considere seriamente.  Usted debe confiar plenamente en el hecho de que el Señor es su Pastor, y que nada le faltará.  Que a pesar de las muchas fallas y necesidades espirituales que tiene en estos momentos, Él es fiel para suplir todo aquello que le haga falta.  Que a pesar de sus errores y fracasos, Él desea socorrerlo y ayudarlo. Qué Él no suple sus necesidades porque usted tenga un buen comportamiento. No depende de usted. En realidad, no puede hacer nada para merecer la bendición de Dios. Él lo bendice porque es amor, lo bendice por Su gracia y por Su misericordia. No por los méritos que usted crea poseer.

Percibo, y siento una cierta seguridad al respecto, que el Señor está tratando de hacer algo en y a través de su ministerio, pero usted no se ha dado cuenta de ello.  Generalmente, cuando atravesamos estas situaciones difíciles, es porque el Señor, que nos ha llamado a Su servicio, desea perfeccionarnos.  No se trata simplemente de que tengamos debilidades y fallas, sino de algo más importante aún: que el Señor nos está perfeccionando para encomendarnos responsabilidades más grandes y delicadas.  Usted tal vez me objete diciendo: “Eso no tiene sentido.  No tiene sentido llamar a alguien imperfecto, que ha demostrado abiertamente su incapacidad, para que realice tareas superiores a aquellas en las cuales ha fallado”.  Y yo le respondería que no solamente no tiene sentido, sino que tampoco tiene explicación.  Por eso no gastaré muchas líneas tratando de explicarle mi razonamiento.  Muchas veces también yo me he preguntado porqué el Señor me escogió para una labor tan sagrada, como la de ser pastor de Su rebaño, teniendo tantas imperfecciones, y no he podido obtener una respuesta apropiada.  Sin embargo, al mirar detenidamente a Giezi algunas cosas comienzan a cobrar sentido para mí.

En realidad, humanamente no hay explicación para el hecho de que Eliseo, un hombre tan lleno de fe, pudiera haber escogido a Giezi como su siervo.  Era más un obstáculo que una ayuda, era más un problema que un aporte a la solución de sus necesidades como profeta.  Solamente pensar en el extraordinario amor de Dios puede resolver toda nuestra duda.  La ausencia, en la vida de Giezi, de cualidades tan importantes como la sensibilidad espiritual y la sensibilidad humana, el poder y la capacidad espiritual, la profunda e íntima comunión con el Señor, el discernimiento espiritual y la fe y confianza en Dios para creer que Él es nuestro sustento en medio del servicio que le rindamos, es decir, la completa seguridad de que Él se encarga de todas nuestras necesidades, trajo como consecuencia la manifestación de cualidades antitéticas.

Es por todos conocidos el incidente en el cual Giezi se llenó de avaricia  y mintió para obtener ciertos bienes materiales de manos de un General del ejército del rey de Siria llamado Naamán.  Y esto también debe hacernos reflexionar a los siervos del Señor: ¿Existe en nosotros un afán desmedido por la posesión de bienes materiales y riquezas?  ¿Hemos caído en el desenfreno actual de considerar la posesión de bienes materiales como indicador de nuestra espiritualidad?  ¿Pensamos que el no hacer énfasis en este aspecto es una especie de tontería que caracteriza a ciertos obreros cristianos?  ¿Estamos sintiendo una fuerte inclinación hacia la satisfacción de deseos lujuriosos y sensuales?  ¿Sentimos que la plataforma de nuestra integridad está a punto de derribarse?
A pesar de cualquier respuesta personal a cada una de estas preguntas, apreciado hermano pastor, lo cierto del caso es que podemos establecer una correlación entre las cualidades mencionadas anteriormente y la corrupción moral y espiritual en cualquiera de sus manifestaciones.  Y en este punto quiero caminar con mucho cuidado al escribirle, pues no quiero que me malentienda.  Esa correlación de la cual le hablo es inversamente proporcional: mientras menor sea el grado de manifestación de las cualidades esenciales del ministro cristiano, mayor lo será el de las que representan la carne y la mundanalidad.  Lo inverso también es cierto.

Por eso, como consecuencia de la actitud de Giezi, el Señor hizo que se enfermara de lepra.  Pero al hacer esto, Dios estaba trabajando en la restauración de un siervo a quien Él usaría de una manera especial en el futuro.  Permítame explicarle:

En el capítulo 8 del segundo libro de los Reyes  se narra que, pasado cierto tiempo, debido a una gran hambruna que vino sobre su país, la mujer a quien Eliseo había hecho vivir su hijo, aquella a quien Giezi trató de apartar de los pies de su señor, tuvo que abandonarlo todo e irse a vivir en la tierra de los filisteos por siete años; todo esto según el consejo que le dio el profeta Eliseo.  Al cabo de esos siete años esta mujer regresó a su nación, pero venía con las manos vacías y sin un lugar propio donde morar, pues al regresar ya había perdido todas las cosas que eran suyas, todo aquello que en el tiempo de bonanza económica de su nación había poseído.  Es la  misma mujer que unos años antes se encontraba en amargura de espíritu por la muerte de su hijo y que, pasado cierto tiempo, se vio envuelta en una situación semejante: la pérdida de su casa y de sus tierras.
¿Le es familiar esta mujer, hermano pastor?  Angustiada, decidió hablar al rey con el propósito de que este la ayudara, pero cuando llegó ante la presencia del monarca, este se encontraba hablando… ¡Con Giezi!  Y me imagino que al entrar a ese recinto vinieron en rápido galope a su pensamiento los tristes recuerdos del pasado; recordó aquella oportunidad cuando llena de angustia llegó con un problema ante Eliseo mientras que ese hombre llamado Giezi, ese siervo incapacitado a quien ahora volvía a tener frente a sí, trató de apartarla del lado de quien representaba su única ayuda.  Quizás recordó la insensibilidad de Giezi y su falta de misericordia.  Quizás recordó la dureza de su corazón y la frialdad de sus sentimientos.
Y ahora la historia parece repetirse: la misma mujer, otra vez en problemas; el mismo hombre: Giezi.  Me imagino que al ver nuevamente a este la mujer pensó: “¡Oh!, no.  Este hombre otra vez”.   Pero aunque esta escena está conformada por los mismos actores y situaciones: la misma mujer, una similar situación de necesidad, un hombre que puede ayudar (antes Eliseo, ahora el rey) y un siervo llamado Giezi, lo cierto del caso, pastor, es que este último, en el aspecto espiritual, no es el mismo hombre que la mujer conoció años atrás.
El tratamiento del Señor le había capacitado para ser un buen siervo, transformando su espíritu insensible y llenándolo de posibilidades.  Dios le permitió hablar con el rey para que le contara las maravillas hechas por Eliseo; y cuando la mujer entró al lugar donde estaban ellos hablando, se oyó la voz de un Giezi renovado que, emocionado y sorprendido, le dijo al rey:

“Rey señor mío, esta es la mujer”.  (2 Reyes 8:5)

Y fue esa acción de Giezi, fueron esas palabras y esa actitud,  el medio que el Señor utilizó para beneficiar a la mujer que sufría, pues el rey, movido por el informe del otrora siervo inútil, hizo que le devolvieran todas las cosas que en el pasado fueron suyas.  Un Giezi transformado fue el instrumento usado por Dios para ayudarla.  El que antes fue incapaz, el insensible, el que no pudo resucitar a su hijo, el que fue dejado afuera mientras Eliseo oraba,  el que ni siquiera era capaz de preparar un plato de comida para su señor, el que no tenía fe, ese, llegó a convertirse en un instrumento útil en las manos de Dios.  ¿Lo ve usted, hermano?
Usted que me cuenta sus sinsabores e incapacidades, usted que me escribe con toda la sinceridad que cabe en su corazón acerca de los sentimientos de frustración y pocas esperanzas con respecto a su ministerio, a usted le digo que aún tiene posibilidades; que Dios, al igual que lo hizo con Giezi, también transformará poco a poco su vida y renovará su ministerio dándole nuevas oportunidades.  Al igual que Giezi, usted también necesita urgentemente ser tratado, capacitado, ungido y sensibilizado por el Señor.  Eso es todo lo que le está ocurriendo.  Y aunque quizás no lo entienda, me alegro por la situación que ahora atraviesa sabiendo que un nuevo pastor está siendo formado en las manos del Todopoderoso.  Mantenga esa actitud de reconocimiento de su propia incapacidad ante Dios y yo me comprometo a orar por usted pidiendo que Él le llene de las cualidades que necesita para realizar bien Su obra.  Él es amor y siempre nos da nuevas oportunidades.  Él perfecciona a Sus siervos.

Sin más que escribirle por ahora, y agradeciendo la confianza que en mí ha depositado al abrirme su corazón, me despido de usted esperando tener nuevas y buenas noticias.

Su servidor y amigo,
José Ramón Frontado
Pastor Luz del Salvador. Cabimas. Venezuela
j.r.frontado@gmail.com
(Quien, al igual que usted, muchas veces se ha sentido fracasado)