Soy alguien bendecido sin medida en la vida.  No quiero decir que nací con una “cuchara de plata” en mi boca.  Nacido en medio de la Gran Depresión, como el tercero de siete hijos, a un padre carpintero y una madre que atendía el hogar no fue una experiencia de “cuna de oro”.

Nuestra familia siempre se pasaba la ropa entre hermanos.  Teníamos un gran jardín y criábamos dos cerdos cada año por su carne, y una vaca por su leche.  De hecho, cuando el trabajo de construcción terminó y Papá no pudo hallar empleo durante la Depresión, comenzamos un negocio de lavandería en casa.  Esto empleaba hasta siete muchachas al mismo tiempo.  Papá también alquiló 3 hectáreas de tierra cercanas y lo cultivábamos con camiones para ganar unos dólares adicionales.

He sido bendecido con buenos pastores y una buena iglesia en la que crecer.  Fui bendecido con buenas maestras que me ayudaron a aprender.  Un amigo especial me animó a probar la universidad y me mostró cómo podría sufragarla.

Tras la graduación, pasé dos años en el Ejército, lo que me permitió conocer Europa y acumular experiencias de vida.  Regresé a casa, obtuve un empleo en un banco local, me casé con mi novia de la juventud, y pensé que me hallaba en camino a un estilo de vida normal.  Pero nunca sabemos lo que la vida nos depara.

Me llamaron de vuelta al Ejército cuando construyeron el Muro de Berlín, tan sólo seis meses después de completar mi servicio en Alemania.  Eso también resultó ser una bendición ya que no había laborado lo suficiente en el banco para calificar para el seguro médico.  Así que nuestro hijo mayor, Ken, nació en un hospital del Ejército.  El costo: $8.25.

Tras de un año en Fuerte Chaffee, Arkansas, regresé a casa para trabajar en el banco de nuevo.  Escalé por las distintas posiciones hasta alcanzar el puesto de Presidente y Gerente General del banco hasta mi jubilación a finales de 1997.  Fui bendecido con un buen empleador y empleados en mi trabajo.  He sido bendecido con una esposa devota y unos hijos y nietos maravillosos.  Estoy realmente agradecido por todos lo que me he encontrado en el camino… que Dios los bendiga a todos.

Hoy, al reflexionar sobre todas grandes experiencias, veo cómo posibilitaron mi crecimiento.  Como parte de mis sueños y aspiraciones, hallé abundantes oportunidades.

Toda mi familia aprendió a trabajar para sobrevivir.  Aprendimos a cuidar el uno del otro.  Aprendimos valores familiares y perspectivas sobre la sociedad que atesoramos hoy.

Los tiempos me enseñaron a ahorrar para los días malos.  Me enseñaron a ayudar a los menos afortunados que yo; el gozo de ser voluntario y a satisfacer las necesidades de otros; que el éxito engendra éxito; que uno edifica sobre sus logros.  Me enseñaron a poner a los demás primero si quería tener éxito en la vida y que Dios si nos provee un camino, si confiamos en Él.

Pero sobre todo, esas experiencias me enseñaron que Dios es la autoridad más importante en todos los asuntos de la vida.  Él nos puede levantar cuando todo lo demás falla; nos puede animar cuando la vida se torna desesperada.

Él da consuelo en tiempos de angustia y nos trae gozo para apagar nuestra tristeza.  Nos lleva en las alas del águila a nuestras más grandes alturas.  Trae amor a aquellos que le buscan; da sabiduría y valor a quienes le siguen.  Él conoce cada detalle íntimo sobre nosotros y, sin embargo, todavía nos ama.

Detengámonos ahora y contemos nuestras bendiciones.  Sí, sé que he sido bendecido y sólo anhelo que ustedes también.

Bob Stoess, copyright 2011; enviado por Brian G. Jett, Kentucky
Fuente: www.motivateus.com

La refrescante reflexión de hoy nos llama a considerar cuán bendecidos hemos sido también nosotros.  Y es que la razón principal para el descontento que continuamente exhibimos en la vida consiste en que miramos lo que no tenemos y no lo que sí tenemos.

La razón por la que no tenemos algunas cosas—o al menos, no las tenemos todavía—es porque no serían bendición a nuestras vidas hoy… aunque tal vez mañana sí, si podemos aprender a contentarnos primero con lo que ya tenemos.  Un corazón agradecido discierne la mano de Dios en cada cosa que nos pasa y se contenta con Su provisión.

El Salmista declaró que “las cuerdas le habían caído en lugares deleitosos y que hermosa era la heredad que le había tocado”…lo que no es más que una manera poética de decir que estaba contento con Dios por el lote en la vida que le había tocado.  ¿Lo estamos nosotros?

Si sentimos que nos falta ese gozo del contentamiento ¿por qué no ir a Quien puede concedérnoslo?  Saquemos un tiempito para adorar en comunión con otros creyentes este fin de semana y permitirle al Señor abrir nuestros ojos a Su bendición a nuestras vidas.

Raúl Irigoyen
El Pensamiento Del Capellán