Estimado Pastor:

Gracias por escirbirme y en la Primera Parte de hable de cómo se sintió Aaron , el hermano de Moisés.
Ahora bien, apreciado pastor, de aquí en adelante comienza una de las más bellas historias que le pueda haber ocurrido a un siervo de Dios.
Después de esto, el Señor emitió una orden a Moisés: que tomara la vara de cada uno de los príncipes de Israel, una vara por cada tribu, doce en total, y que escribiera el nombre de Aarón sobre la vara de Leví.  Él se encargaría de hacer florecer la vara de aquel a quien Él escogería.
Es como si el Señor dijera:

“La legitimidad de todo ministerio, la vida de todo servicio rendido a mi persona, la señal de todo siervo que ofrece servicios en el altar, el testimonio de todo ministro comienza delante de mi presencia; ha de entrar y reposar en el tabernáculo del testimonio, donde yo me manifiesto; y entonces a él le manifestaré mi gloria.  Y esculpiré mi testimonio en su corazón”.

¿Comprende, hermano pastor, este principio?  Todas las varas debían ser introducidas en la presencia del Señor.  Una cosa era la vara de Aarón en sus propias manos.  Y otra muy diferente era esa misma vara en la presencia del Señor.  No era poca cosa, por cierto, lo que esa vara significaba en las manos del humilde sacerdote.  Ya anteriormente él había visto obrar el poder de Dios a través de ella.  Se había convertido en una serpiente (Éxodo 7:9-12), fue dirigida hacia las aguas de Egipto y estas se convirtieron en sangre (Éxodo 7:19-20).  Pero el Señor quería algo más profundo, más personal, más íntimo.  Aquellos extraordinarios milagros representaban una acción hacia afuera.  No estaban relacionados directamente con la vida de Aarón.  Eran acciones que el Señor realizaba a favor de Su pueblo oprimido; era la liberación de los hebreos el principal motivo del obrar de Dios.  Pero ahora Él quería realizar una obra profunda en el corazón de Aarón.

Él quería autentificar a los ojos de todo el pueblo el testimonio interno que operaba en el corazón de Su siervo.  Y Él también quería sanar y fortalecer el corazón herido de Aarón.  Dios conocía las tormentas que se formaban en el espíritu de ese hombre.  Dios sabía que este siervo podía llegar a pensar que no tenía un llamamiento divino.  El corazón de Aarón podría no resistir los ataques de aquellos a quienes servía.  A final de cuentas, en lo más profundo del corazón de cada hombre de Dios, por más fuerte que parezca, se anidan debilidades y temores insospechados.
Y fue entonces cuando Dios decidió manifestarse al corazón de aquel a quien había llamado.  Acude en su auxilio y tiende Su mano a Su siervo.  Fue como si Él hubiese querido expresar, más o menos, estas palabras:

“Quiero que su vara, con su nombre escrito en ella, repose en mi tabernáculo, delante de mi presencia.  Quiero ayudarlo, quiero mostrarle mi amor, quiero sanar sus heridas y quitar sus temores, quiero demostrarle que yo le he escogido, que yo le he llamado.  Quiero decírselo de una manera especial, renovando toda su vida”.

Por eso, la vara de Aarón debía ser introducida en el tabernáculo del testimonio.  Y eso mismo, amado amigo, debe ocurrir con nosotros en este tiempo.  Podemos hacer milagros, podemos demostrar cierto poder espiritual, podemos desarrollar grandes capacidades y manifestar el fruto del poder sobrenatural.  Pero eso no es en realidad, en lo que concierne a nuestro carácter, lo más importante.   Algo más profundo tiene que ser tratado.  Creo, hermano pastor, que debe usted entrar en Su presencia y esperar que pase la noche.

Al día siguiente Moisés entró en el tabernáculo del testimonio.  Allí permanecían todas las varas.  Entonces, lenta y cuidadosamente, tomó cada una de ellas, incluyendo la de Aarón, y las fue entregando a sus dueños.  Ellos, extrañados, comenzaron a tomarlas cuando de pronto sus ojos vieron algo que jamás olvidarían: algo había ocurrido a la vara de Aarón; esta había sido transformada; más que una vara, el viejo y seco palo ahora era un hermoso ramo de flores lleno de frescura y de verdor.
Me imagino a cada uno de ellos tomando su vara seca, igual que como habían sido introducidas la noche anterior, caminando de regreso a su casa sin que alguna señal especial hubiese marcado sus vidas.  Por cierto, hermano pastor, produce dolor ver hoy a muchos ministros caminar en la misma dirección, con el mismo estado de ánimo y las mismas varas secas sin rumbo y propósitos definidos.

Y en medio de todos ellos, Aarón.  Y en las manos de Aarón el regalo que Dios le dio: “Una vara que había reverdecido, echado flores, arrojado renuevos y producido almendras”.

Todo eso hizo el Señor en la vida de Aarón durante la noche anterior, a solas, en secreto, en silencio, en Su tabernáculo.  Aarón dormía mientras Dios trabajaba.  Aarón todavía sufría al recordar la reciente mortandad en su pueblo, mientras Dios preparaba el bálsamo que sanaría su corazón en una noche oscura y silenciosa.  Aarón estaba bajo sospecha mientras Dios certificaba la autenticidad de su llamado.  Tal vez Aarón, al igual que usted, se sentía seco y vacío, mientras Dios hacía reverdecer su viejo bastón.  Tal vez no ha advertido el hecho de que Dios está haciendo algo en su vida, ahora, mientras usted piensa que su ministerio está secándose y a punto de dejar de ser.

¿Reverdeció?  Sí, pero… ¿cómo?  Un trozo de madera cortada, quizás muchos años atrás, casi vitrificada como resultado del uso diario.  Un trozo de madera oscura y seca, desconectada del tronco que le nutrió hasta el momento de ser desgajada.  Sin savia, sin vida.  ¡Ay!, hermano.  Casi estoy describiendo la vida de muchos líderes actuales.  No importa que ellos no lo manifiesten.  No importa que ellos no lo aparenten.  No importa que ellos estén recubiertos de un manto de falsa victoria, triunfalismo y prosperidad.  Sus varas están secas.

Sin embargo, aquella vara reverdeció.  ¿Se da cuenta?  Aún hay esperanza para todos los que ministran en Su altar.  Reverdeció como producto, no de un proceso natural, sino absolutamente sobrehumano.  Totalmente divino.  En el interior de una vara desgajada comienza a correr una savia cuya procedencia es celestial.  ¿Entiende usted esto?  No importa que su vida muestre la más severa sequía espiritual.  Al estar usted en el tabernáculo de testimonio puede ser lleno de corrientes de savia vivificante.
Descansa en el Señor.  Seguiré con la última parte en unos días.
Afectuosamente, su amigo,
José Ramón Frontado.
(Un pastor que también ha vivido tiempos de sequía espiritual)
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