En La primera Parte de esta carta amado pastor te hablé del Invierno de nuestra vida. Ahora te voy a hablar de La Primavera.

Tal vez a usted, como a todos, la estación que más le agrada es la primavera.  Le escribiré un poco sobre ella.

Cada 21 de marzo comienza esta bella estación que se caracteriza por ser un tiempo de siembras.  Este es el tiempo cuando los campesinos, los agricultores, los hombres del campo, hieren la tierra, la labran, la acondicionan, le hacen surcos para enterrar en ella la semilla.  Es un tiempo de duro trabajo, de mucho esfuerzo.

Y no solamente siembran la semilla, sino que cuidan lo que han sembrado.  Lo que ha sido depositado en la tierra no entra por las puertas del olvido en el campo del descuido y de la negligencia, sino que se mantiene en el centro del pensamiento del sembrador.  Por eso este es un tiempo de atenciones, de cuidados especiales.  Durante esta estación se abona, se alimenta adecuadamente lo plantado.

Pero quizás la característica más conocida de esta estación es el hecho de que sea un tiempo de mucha vistosidad, de gran alegría y, sobre todo, de muchos colores.  Es una temporada sumamente llamativa y agradable a la vista y al resto de los sentidos.  Exquisitos olores, vivos colores, apasionantes texturas.  Casi todos anhelan la primavera.  La gente sale a las calles, visita los campos, se preparan excursiones, las familias van de picnic.  Sin embargo, durante este periodo las plantas tampoco fructifican; también hay aquí ausencia de frutos.

Ahora bien, ¿Qué simboliza la primavera para el cristiano?

Es el tiempo cuando trabajamos más para Dios.  Es el tiempo cuando más fuertes nos sentimos, espiritualmente hablando.

En este tiempo hacemos grandes inversiones en la obra del Señor, dinero, tiempo, capacidades, y tenemos la esperanza que vendrán tiempos mejores.  Es un tiempo en el cual nos preocupamos de nuestra vida espiritual.  Es un tiempo de mucho colorido, de mucha vistosidad; sin embargo no es un tiempo de frutos espirituales, no cosechamos nada en la primavera espiritual.  Es el tiempo cuando nos sentimos bien y tendemos a conformarnos con la pura vistosidad, con la forma, pero no hay verdadera profundidad espiritual.

Muchos creyentes muestran, al quedar bajo la influencia de esta estación, un cierto atractivo, señales de su prosperidad y hasta ciertos alardes de grandes obras, pero en lo más profundo de sus corazones no hay verdaderos frutos del Espíritu.  Se les puede ver en apariciones públicas, pregonando un eterno estado de confort y bienestar físico y espiritual, pero todo hombre de Dios con discernimiento sabrá que, en el fondo, estos “primaverales” creyentes no tienen un nuevo fruto espiritual verdadero, producido y aprobado por Dios.

Y quizás volverá usted a preguntarme:

¿Y qué debo hacer mientras dure esa estación en mi vida?

Pues bien, cuando el creyente se encuentra en esa estación, pastor, debe trabajar con todas sus fuerzas.  Debe esforzarse un poco más de lo acostumbrado ya que este es el tiempo de la siembra.  Pero debe asimismo disfrutar la paz, las bendiciones y todas las cosas hermosas que su Dios le concede; sin embargo debe desarrollar el conocimiento pleno de que esta no es la estación donde él debe permanecer para siempre.  Aunque sea agradable y hermosa debe abandonarla porque otras, no tan hermosas y confortables, han de venir para hacerle madurar hasta la estatura de Cristo.  Debe evitar la tentación de acostumbrarse a vivir solo en la comodidad creyendo que este estilo de vida, sin la presencia de elementos que involucren el sufrimiento, representa el plan y la perfecta voluntad de Dios para su vida.  Recuerde usted la voz del apóstol:

“Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones.  Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”. (Hechos 20:22-24)

Pero avancemos en nuestro andar e introduzcámonos en la siguiente estación: el verano.

Cada 21 de Junio comienza está cálida temporada.  En ella, de una forma casi asfixiante, se agota toda la humedad produciéndose grandes sequías.

Además, se produce un calor extremo, cual él nunca en el año, debido a que los rayos del sol caen sobre la tierra con la máxima perpendicularidad.

Y sin embargo, pastor, a pesar del rigor de las altas temperaturas y de la sequía externa, esta es la estación de mayor actividad en el interior de la planta; por ejemplo, se generan muchas reacciones químicas en el protoplasma de sus células y se consume mucha energía proveniente del radiante sol que brilla esplendorosamente sobre ella.

Ahora bien, amado amigo, ¿Qué podemos aprender nosotros los cristianos acerca de esta estación?

Permítame comenzar diciéndole que esta es la estación menos deseada por los creyentes.  Es el tiempo cuando nos sentimos más incómodos, espiritualmente hablando.

Durante este tiempo miramos hacia atrás y deseamos volver a etapas anteriores.  Nos sentimos nostálgicos y aun añoramos el regreso de viejos tiempos mejores.  Es el periodo cuando escuchamos a muchos cristianos decir que anhelan vivir nuevamente etapas que vivieron años atrás.  O pensando, sin que nadie lo sepa, o lamentándose, sin que nadie los escuche, por no poder experimentar gratas vivencias que  adornaron sus años pasados.  Es un tiempo de sequía espiritual.  Es un tiempo en el cual no sentimos la frescura del Espíritu Santo.  Cuando otros nos ven así, con toda seguridad exclaman: “¡Oh, cuán seco y débil está espiritualmente!” Es el tiempo cuando pareciera que mostráramos puras ramas secas y sin vida.  Y sin embargo, este es el tiempo donde Dios está más cerca de nosotros: sabe que necesitamos más Su ayuda.  Metafóricamente hablando, la ubicación del Todopoderoso en relación cono nosotros se encuentra formando una línea recta sobre nuestras vidas.  Está exactamente encima de nosotros, por eso sentimos tanto calor.  Es el tiempo cuando podríamos tener una mejor relación con Dios.  Es el tiempo propicio para adorarle en espíritu y en verdad; es el tiempo propicio para conocerle más profundamente.

Es un tiempo de gran actividad espiritual porque, debido a las presiones que se ejercen sobre el cristiano, este vuelve su rostro hacia su Señor en busca de ayuda y de aliento.  Y es que los cambios que se producen al trascender de una estación a otra, de una forma de vida determinada a otra totalmente diferente, de un tiempo de lluvias a un tiempo de sol abrasador, de un tiempo de tormentas a un tiempo de profusiones florales, no deja de ser altamente provechoso en la formación del carácter de los creyentes y, muy especialmente, el de los ministros.

Fue el biólogo inglés J. Huxley, quien dijo en cierta oportunidad:

“Las únicas zonas donde la vegetación es abundante y el hombre puede prosperar fácilmente son la templada y la tropical.  Pero la templada tiene otra ventaja: contiene la zona de las tormentas ciclónicas; en otros términos, de rápidos y frecuentes cambios en el estado del tiempo.  Y este clima es el más estimulante para la energía y las realizaciones humanas”.

Sí, ya me lo imagino preguntándose: “¿Y qué debo hacer entonces durante mi verano espiritual?”

Cuando se encuentre usted en medio de tal estación, redoble su búsqueda del Señor y sírvale con tal entusiasmo y de tal manera que todos lleguen a pensar que está usted viviendo una de sus más floridas primaveras.

Sé que no es fácil, pero nosotros los pastores hemos sido llamados a ministrar en las cuatro estaciones.  Y cuando todo es más difícil no se nos exime de nuestras responsabilidades.  Por eso, sabemos lo que significa orar al Señor pidiéndole que devuelva la salud de una oveja enferma, aun cuando nosotros mismos sentimos el azote de alguna enfermedad sobre nuestros cuerpos; o predicar la Santa Palabra, aun cuando no sintamos la fuerza para hacerlo;  o salir a medianoche, cuando todos duermen tranquilamente y el sueño y el cansancio nos invaden, para atender una emergencia relacionada con la Iglesia.

No siempre es primavera, amado pastor.  Esa es una ley del mundo físico.  También lo es del espiritual.

Pero sobre todas las cosas, pastor, cuando le cubra el verano espiritual, recuerde que el Señor está más cerca de usted.  Alce sus manos a Él que con toda seguridad tomará las suyas. Él es la columna de fuego, pero también es la columna de nube que reposa sobre Su pueblo.

En la Próxima y Última entrega te hablaré de la última Estación. El otoño.

Su amigo y compañero de ministerio,

José Ramòn Frontado

(Quien también tiene que aprender a vivir en cada una de estas estaciones)

j.r.frontado@gmail.com

frontado@cantv.net