Sufrimiento Amado pastor. En la Primera Parte inicie la respuesta a su carta y termino ahora con mis recomendacions en esta Última Parte.

Poseer el carácter de Cristo y estar capacitado para ser usado por Él, no es asunto de que asistamos a alguna cruzada donde algún predicador famoso imponga sus manos sobre nosotros, ni que nos “transmita sus bendiciones” como producto de su “toque”, o cosas parecidas a estas.  Consiste, contrariamente, en un proceso durante el cual somos confrontados con situaciones adversas y desagradables.  Llegar a ser templados por Cristo involucra el hecho de que ocurran en nuestras vidas situaciones que no desearíamos experimentar.  Eso fue lo que le ocurrió a José.  Vendido y traicionado por sus hermanos,  calumniado por ser santo, encarcelado por ser justo, olvidado por ser bueno.  Luego, al salir de sus tribulaciones, se encontró nuevamente con quienes le habían hecho pasar años de sufrimiento; y recordemos sus palabras en ese entonces:

“Y José dijo a sus hermanos: acercaos ahora a mí.  Y ellos se acercaron, y él dijo: yo soy vuestro hermano José, a quien vosotros vendisteis a Egipto.  Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese por haberme vendido aquí; pues para preservar vidas me envió Dios delante de vosotros.  Porque en estos dos años ha habido hambre en la tierra y todavía quedan otros cinco años en los cuales no habrá ni siembra ni siega.  Y Dios me envió delante de vosotros para preservaros un remanente en la tierra, y para guardaros con vida mediante una gran liberación.  Ahora pues, no fuisteis vosotros los que me enviasteis aquí, sino Dios”. (Génesis 45:4-8)

Pero además hermano, las perlas están formadas por numerosas capas de nácar que son depositadas progresivamente sobre un grano de arena  para suavizar su efecto.

Le explico: con el propósito de no verse perjudicada, la ostra comienza a segregar una sustancia llamada nácar sobre el grano de tierra que la ha invadido.  Pero es interesante notar que no lo hace una sola vez sino que es una secuencia de acciones que se repiten progresivamente.

La ostra no se cansa de segregar su maravillosa sustancia sobre el grano de arena, con lo cual va formando poco a poco una de las maravillas más grandes de la naturaleza: una perla.

Esto me recuerda el proceso de crecimiento de un cristiano.  Atacado de diferentes maneras, sometido a diferentes pruebas y tensiones, invadido por situaciones indeseadas, puede tomar dos actitudes y dos decisiones: o se amarga y se resiente contra el plan de Dios para él y deja de participar en el crecimiento de una vida semejante a la del Señor Jesucristo, o entiende que todo esto forma parte del plan de Dios y comienza a colaborar con la formación de un carácter y una vida espiritual según el modelo de Dios.

¿Cómo está tomando usted esta situación adversa?  ¿La acepta como parte del plan de Dios para transformarle y hacerle crecer, o se lamenta y se queja porque no puede comprender por ahora lo que resultará de todo ello?  Según percibo en su carta, esto último es lo que le está ocurriendo.

Por otra parte, a pesar de que las perlas se forman en la más completa oscuridad, lo más extraordinario que ellas tienen es su iridiscencia.  Esta sólo se aprecia cuando la perla está bajo la luz.

El brillo de las perlas, su iridiscencia, es un brillo único y especial que sólo puede ser admirado en estas piedras preciosas.  El brillo es el factor más importante que afecta su calidad y belleza.  Si una perla tiene buen tamaño, buena esfericidad y buen color, pero no tiene buen brillo, no es una buena perla.

La iridiscencia es un brillo natural cuya característica más importante es que es un resplandor que al verlo no pareciera surgir de la parte visible o externa de la perla, sino que parece, más bien, el resplandor de una luz que se origina en lo más interno de ella.  Al observar bien este brillo, se notará que no tiene un solo color sino una gran variedad de colores que brillan con majestuosidad.

Esto debería hacernos recordar que los cristianos también estamos llamados a brillar cualquiera sean las circunstancias.  La mancha de una calumnia no puede apagar la luz que hay dentro de usted.  Una falsedad levantada en su contra sólo sirve para reafirmar la condición de la naturaleza divina implantada en su corazón.  ¿Ha leído alguna vez la poesía de Rubén Darío, el poeta nicaragüense, titulada La Calumnia?  Si no es así, permítame escribírsela:

Puede una gota de lodo

Sobre un diamante caer;

Puede también de este modo

Su fulgor oscurecer;

Pero aunque el diamante todo

Se encuentre de fango lleno,

El valor que lo hace bueno

No perderá ni un instante,

Y ha de ser siempre diamante

Por más que lo manche el cieno.

El Señor espera ver en nosotros la luz que Él ha encendido en nuestros corazones; y también debe el mundo ver esa luz pues es la señal de que Dios está con nosotros y en nosotros.  Por eso, debemos permanecer bajo la influencia y el contacto de la luz divina.

Amado hermano, ¿Está brillando en medio de las tinieblas en este momento de dificultad?  ¿Se está formando en su vida ese matiz hermoso que surge de un corazón lleno del Espíritu Santo?  ¿No será que su brillo no proviene de lo más profundo de tu ser, sino que es un brillo artificial, exterior, producto de una vida simplemente natural por lo cual el Señor está permitiendo que las situaciones difíciles que me menciona en su carta  sobrevengan sobre usted?

“Vosotros sois la luz del mundo.  Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa.  Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16)

Por último, Pastor, la ostra, para entregar su hermoso fruto, debe morir.  Todos admirarán la hermosa perla que formó, pero nadie valorará a la ostra por sí misma.

Y esto, quizás, sea lo más importante.  Después de tanto tiempo de sufrimientos, de entrega, de trabajos, de sacrificios, de irritaciones y de dolor, la ostra culmina su majestuosa obra entregando una perla extraída desde lo más profundo de su ser.  Y este acto final incluye la entrega de su propia vida.  El comerciante de perlas, ávido de descubrir la belleza que encierra la madreperla, no tiene cuidado de esta y la abre sin prestar el menor cuidado ni interés en ella.  Su mente, sus intenciones, su esperanza, su vista, tienen un único objetivo: la perla que está dentro.  La ostra ya no sirve para nada.  Trabajó duramente, formó una perla, pero ahora, irónicamente, no sirve para nada.   Alguno, tal vez, la recoja para ponerla de adorno en algún lugar de su casa, o para adornar un costoso plato en un restaurante.  Pero nadie meditará en el hecho de que ella formó una perla.

¡Qué extraordinaria enseñanza para nosotros, tan deseosos de reconocimientos, de exaltaciones y de alabanzas!

Por eso, Pastor, creo que con toda sinceridad y humildad debe usted hacer la oración que le escribo a continuación:

“Señor, aquí estoy, rendido a tus pies.  Una ostra revela mi pequeñez y debilidad, mi egoísmo e inmadurez.  Sólo te pido que me ayudes a permanecer en lo más profundo, en lo más oscuro, para que, al igual que una ostra, pueda algún día entregarte una perla.  Ayúdame cuando el grano de arena entre a mi interior y me irrite.  Que tu Espíritu Santo segregue en mí el nácar celestial que necesito; yo no lo puedo producir.  Y sobre todo, Señor, ayúdame a morir al yo de tal manera que sonría lleno de una perfecta alabanza cuando el frío acero del dolor sea clavado en mi corazón para quitarme lo que con tanto esfuerzo, dolor y sacrificio se ha formado dentro de mí.  Que tenga fuerzas para no quejarme y para poder decir:  Señor… todo es tuyo; toma la hermosa perla y, por favor, no te olvides de la débil concha; todo es tuyo; lo bueno y lo malo, mis virtudes y mis defectos te entrego a ti.  En Cristo  Jesús nuestro Señor.  Amén”.

A la espera de prontas y buenas noticias suyas, me despido en el amor y en la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

Su afectísimo amigo,

JRF,

(Quien muchas veces pareciera no soportar el dolor de sus sufrimientos)

José Ramón Frontado

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