Una mañana de domingo un joven pastorcito estaba mirando a sus ovejas. Al oír las campanas de la iglesia y ver a la gente caminando por el camino cercano a donde arriaba a sus ovejas, comenzó a pensar que a él también le gustaría comunicarse con Dios. ¿Pero qué puedo decir? pensó.

Nunca aprendió ninguna oración. Entonces de rodillas, comenzó a recitar el abecedario: A,B,C, y así hasta llegar a la Z, repitiendo su oración bastantes veces.

Un hombre que pasaba por ahí escuchó la voz de un niño, y al mirar por entre los arbustos vio al jovencito arrodillado, con las manos unidas y los ojos cerrados, diciendo:

-J,K,L,M…

-Qué haces, pequeño amigo? -le preguntó al muchacho interrumpiéndole.

-Estaba orando, señor -respondió el niño.

-¿Pero por qué estás recitando el alfabeto? -le dijo el hombre sorprendido.

– No sé ninguna oración, señor. Pero quiero que Dios cuide de mí y me ayude a cuidar de mis ovejas. Así que creí que si decía todo lo que sabía, él podría juntar las letras para formar las palabras que quiero y debería decir.

-Dios bendiga tu corazón. Tienes razón. ¡Dios lo hará! -le deseó el hombre sonriendo feliz.

Y se fue a la iglesia, sabiendo que ya había escuchado el mejor sermón que pudiese escuchar ese día.

Cada niño trae al mundo el mensaje de que Dios no está aún decepcionado del hombre.

Salmo 8:4,5  ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?
Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y honra.