Después que pude recuperarme algo durante mi tiempo de oración, escuché que Jesús me decía lo mismo que le había dicho a Pedro, ¡ Sígueme¡. No eran las palabras de un instructor de simulacro, sino del Príncipe de Paz.

El cuadro que me imaginé mientras escuchaba aquellas palabras era el de una experiencia que tuve varios años atrás tratando de jugar al golf. (Usted tendrá que perdonarme.  Sé que se supone que me guste el golf, después de todo soy pastor. Pero este deporte me vuelve loco.  Perseguir esa pequeña pelota por todos lados…detesto hacer algo tan mal).  Para hacer corta la historia, me encontraba en el campo de golf.

El amigo con quién estaba jugando podía jugar un partido de verdad, lo que me ponía nervioso.  Golpeé desde el punto de partida, pegándole a la pelota tan duro como pude, lo cual es probable que haya sido justo parte del problema.  Se fue de lado, rebotando a través de los árboles como si estuviera jugando en una máquina de juegos electrónicos.  Me dí vuelta y miré a mi amigo que estaba justo detrás de mí -él sabía como jugar- con una serena sonrisa en su rostro me dijo: Haz un Mulligan.
Hacer qué, le pregunté.

Un Mulligan, repitió.  Simplemente coloca la pelota sobre la base y comienza otra vez.  ¿Sabe lo que descubrí?  Los golfistas hacen esto todo el tiempo.  Esos tipos hacen que sus patrañas parezcan un cuento de hadas.  Probablemente terminamos usando más Mulligans que golpes ese día a la pelota.

Mi respuesta inicial a su sugerencia del Mulligan fue de incredulidad, pero no pasó mucho tiempo antes de que  yo aceptara el regalo. Sabía que clase de golfista era yo. A esas alturas, estaba tan relajado que casi le pego bien a la pelota.

No sería diferente la vida si hiciéramos Mullingans?  Cuando nuestro cónyuge hace algo que nos ofende o nos lastima, sería genial decir simplemente: Oye, ¿por qué no hacemos un Mulligan?

Cuando alguien se cuela delante de nosotros en la carretera durante las horas pico, en vez de reaccionar con furia, podríamos sonreír y decir: Yo creo que le voy a dar un Mulligan.

Cuando las cosas se ponen en realidad calientes con los chicos y decimos algo tonto como: Voy a castigarte de por vida, por qué no nos sonreímos un poco y decimos: Perdón, ¿puedo cambiar a un Mulligan?

El Apóstol Pedro nunca recibió lo que se merecía o esperaba, en cambio, se atuvo a las consecuencias de su fracaso, admitiendo lo que había hecho, y Jesús lo llamó para que dejará el barco y volviera al juego. Jesús le dijo algo así como…Pedro, vamos a hacer un Mulligan, ¿de acuerdo?

Él es el Príncipe de Paz, porque es el Señor de Mulligans.  Vamos a comenzar otra vez.
Dios es Dios de nuevas oportunidades, es el Señor de los Mulligans.

¿Haz fracasado? ¿Haz fallado otra vez? Jesús te espera en la orilla para invitarte a comenzar de nuevo y te dice con ternura..Vamos…hagamos un Mulligan.

Dr. Ted Roberts.
www.puredesire,org.
Tomado del Libro Deseo Ser Puro del Dr Ted Roberts.
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