Días atrás me conmovió un hecho reflejado en un periódico Argentino.

Se informaba lo siguiente: “Agua para no beber. Aire que mejor no respirar” Un pueblo pobre, sobre montañas de oro. Son algunas de las contradicciones de Andalgalá, una localidad catamarqueña de 17 mil habitantes, a 240 kilómetros de la capital provincial, donde funciona desde hace diez años la mina de oro y cobre más grande de Argentina y una de las diez más importantes del mundo.

La empresa, “Minera Alumbrera”, de un consorcio suizo-canadiense, es denunciada por los pobladores de contaminar la tierra, el aire y el agua”. Sin palabras.

Pero no termina de surgir un problema cuando aparece otro: el mes pasado, la transnacional anunció el inminente desarrollo de un nuevo proyecto minero en la zona… !que será diez veces mayor al actual! Sin comentarios.

Ante los “oídos sordos” de los gobernantes (se trata de una democracia!), los pobladores decidieron entablar lucha y manifestar su disconformidad mediante el corte de la carretera principal. Entonces los medios de comunicación nacionales se acercaron, entonces la opinión pública tomó conocimiento del tema.

En un contexto así, la televisión mostró la multitud de rostros desencajados de los habitantes (mayoritariamente de ocupación agrícola), cansados de que la contaminación ambiental provoque pérdidas en los cultivos y haya motivado el éxodo del 40% de la población.

También permitió ver la actitud de algunos de los automovilistas, vecinos de la ciudad, afectados por el corte de tráfico: “Me parece bien que reclamen por lo que les afecta, pero que no me impidan llegar a casa”, dijo uno. “Que hagan lo que quieran, pero que a mí me dejen trabajar”, apuntó otro.

Comentarios entendibles, por cierto, pero ajenos a una visión comunitaria de la realidad. Lo que no se tiene en cuenta (en la mayoría de estos casos) es que lo que afecta a un grupo de la sociedad, en cierta medida terminará afectándome también a mí.

El Pastor Martín Niemöller, durante el régimen nazi en Alemania, escribió: “primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí… pero ya no quedaba nadie que dijera nada por mí”.

No le estoy instando a embanderarse detrás de un movimiento político (que tiene su lugar y su valor, si usted honestamente decide seguir ese camino). Ni tampoco hablo de “izquierda”, de “centro” o de “derecha”. Propongo algo superior: la adopción de un estilo de vida cuya escala de valores esté regida por el amor y la consideración a los demás.

Como escribió el apóstol San Pablo: “Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás”
(Filipenses 2:4) (NVI)).

Cristian Franco