Una reciente investigación del Deutsche Bank concluyó que “la poca relevancia de las instituciones religiosas se muestra en cuanto a la formación de valores. Sólo un 14 % de los jóvenes encuestados menciona a su comunidad religiosa, a las bases de su religión, como fuentes de las cuales más aprendieron sobre las reglas y valores sociales con lo cual, en la formación de valores, las instituciones religiosas se encuentran en el penúltimo lugar, entre 8 opciones presentadas”
(Jóvenes Hoy: Segundo Estudio Sobre la Juventud en la Argentina, Editorial Planeta, página 35).

Tiempo atrás una profesora de filosofía dijo algo que me llamó poderosamente la atención. “Me molesta cuando alguien se lamenta diciendo que los valores de nuestra sociedad se han perdido”, afirmó bastante airada, y añadió: “esto es absurdo, porque nadie puede vivir sin valores”. Y seguí explicando: “El problema no es la ausencia de valores, sino los diferentes objetos en torno a los cuales enfocamos nuestros valores”.

Y entonces entendí que cuando una persona le es infiel a su cónyuge, cuando un político cede ante la corrupción, en el momento en que un joven prueba las drogas, el instante en el que alguien se quita la vida, cuando los hijos ignoran a sus padres ancianos y en tiempos en que muchos se dejan vencer por el consumismo, podemos afirmar que los valores no se han perdido… todo lo contrario: han sido reenfocados hacia el placer y la satisfacción personal.

Quienes lamentan la aparente pérdida de los valores, intentan expresar su tristeza porque la fidelidad, la integridad, la sana diversión, la religión, la vida, la familia y el contentamiento, han dejado de ser motivos por los cuales sacrificar los deseos personales, y se ha reincidido (como humanidad) en la práctica del hedonismo.

Uno de mis autores favoritos, Ernesto Sabato, escribió: “les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera […] Hay algo que no falla y es la convicción de que únicamente los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana” (La Resistencia, Seix Barral, pp. 11-12).

El libro de Proverbios dice: “La sabiduría y el conocimiento valen más que las piedras preciosas; ¡ni los tesoros más valiosos se les pueden comparar! Aprende a tomar buenas decisiones y piensa bien lo que haces. Hacerlo así te dará vida y los demás te admirarán. Andarás por la vida sin problemas ni tropiezos. Cuando te acuestes dormirás tranquilo y sin preocupaciones” (Proverbios 3:15, 21-24, 35).

¿Y usted? ¿Qué toma en cuenta a la hora de establecer sus valores?

Cristian Franco

Fuente: www.cristianfranco.org