Su nombre es Roger Crawford, y mientras escribo esto, él debe tener unos cuarenta años de edad.
Es consultor y conferenciante. Ha escrito dos libros y ha viajado a través de los Estados Unidos trabajando con compañías, asociaciones nacionales y estatales de Fortune 500 y con distritos escolares.
Estas no son malas credenciales. Pero si no le impresionan mucho, ¿qué me dice de esto?
Antes de dedicarse a consultor era jugador de tenis de la Universidad Marymount Loyola y posteriormente llegó a ser jugador de tenis profesional certificado por la Asociación de Tenis Profesional de los Estados Unidos.
¿Sigue sin impresionarse? ¿Cambiaría de opinión si le dijera que Roger no tiene manos y solo un pie?
Roger Crawford nació con el mal llamado ectrodactilismo. Cuando salió del vientre de su madre, los doctores vieron que tenía una carnosidad como un dedo gordo que salía de su antebrazo derecho.
No tenía palmas. Sus piernas y brazos eran de reducido tamaño, y su pierna izquierda tenía una especie de muñón a modo de pie con solo tres dedos.
(El pie se lo amputaron cuando tenía cinco años.) Varios profesionales médicos dijeron a los padres de Roger que nunca podría caminar, que probablemente nunca podría atenderse solo y que nunca podría vivir una vida normal.
Después de recuperarse del golpe, los padres de Roger se propusieron darle la mejor posibilidad de vivir una vida normal. Lo criaron para que se sintiera amado, para que fuera fuerte y para que desarrollara independencia. «Tú eres minusválido en la medida que quieras serlo», acostumbraba a decirle su padre.
Cuando tuvo edad suficiente, lo enviaron a una escuela pública común y corriente. Lo involucraron en los deportes. Lo alentaron para que hiciera todo lo que deseara su corazón. Y le enseñaron a pensar positivamente.
«Algo que mis padres nunca hicieron fue permitirme sentir pena de mí mismo, o que me aprovechara de la gente debido a mi incapacidad física», dice Roger.
Roger agradeció el aliento y entrenamiento que recibió de sus padres, pero no creo que realmente entendió la importancia o el alcance de sus logros sino hasta que fue a la universidad y entró en contacto con alguien que quería conocerle. Había recibido una llamada telefónica de alguien que había leído de sus triunfos en el tenis y Roger accedió a reunirse con esa persona en un restaurante del sector. Cuando se puso de pie para darle la mano al hombre que había querido conocerlo, se dio cuenta que este tenía las manos casi idénticas a las suyas.
Roger se conmovió al pensar que había encontrado a alguien similar a él pero de más edad que quizás podría servirle de mentor. Pero después de hablar con el extraño durante unos minutos, se dio cuenta que había pensado mal. Roger lo explica así:
En lugar de eso, me encontré con alguien amargado, con una actitud pesimista que culpaba a todo el mundo por sus decepciones en la vida y fracasos en su anatomía.
Pronto me di cuenta que nuestras vidas y actitudes no podían ser más diferentes … Nunca había durado en un trabajo por mucho tiempo y estaba seguro que se debía a «discriminación», lo cual era negado por su propia confesión en el sentido de que siempre llegaba tarde, faltaba con mucha frecuencia y no se responsabilizaba por su trabajo. Su actitud era: «El mundo me odia» y su problema era que el mundo disentía. Se enojaba constantemente conmigo porque no compartía su desesperación.
Nos mantuvimos en contacto por varios años, hasta que me convencí que aunque ocurriera un milagro con el resultado que le diera un cuerpo perfecto, su infelicidad y falta de éxito nunca cambiarían. Seguiría en el mismo lugar en su vida.
Aquel hombre había dejado que el fracaso lo controlara desde su interior, mientras que Roger había llegado a dominar el arte de transformar los fracasos en triunfos.
Maxwell, John C.: El Lado Positivo Del Fracaso; Failing Forward. Thomas Nelson, Inc., 2000; 2003, S. 84
Definitivamente el mal del hombre está en el corazón y no en las circustancias externas que nos rodean. Cuando nuestro corazón esta entonado con Dios, la Fe, La Victoria y la Gloria nos tocan en lo profundo de nuestro ser.
No dejes que la amargura toque tu corazón.
Al escuchar Esaú las palabras de su padre, lanzó un grito aterrador y, lleno de amargura, le dijo:¡Padre mío, te ruego que también a mí me bendigas!
Genésis 27:34.
Tu camino y tus obras te hicieron esto; esta es tu maldad, por lo cual amargura penetrará hasta tu corazón. Jeremias 4:18.