No recuerdo el título, pero recuerdo que el libro tenía 254 páginas. Lo obtuve de una librería móvil que llegaba a nuestro pueblo cada tres semanas, cuando era muchacho. Era el libro más grueso que había intentado leer hasta el momento. Le hallé en la tablilla de libros de misterios para jóvenes en aquel maravilloso autobús con olor a libros lleno de delicias para lectura.

La lluvia empujada por el viento golpeaba bulliciosamente contra la ventana de mi recámara, mientras abrí la tapa y me volteé las páginas al capítulo uno. Por varias horas me perdí en la historia; miré el número de la página y vi que era la número sesenta.

“No está tan mal”, pensé, “casi que estoy a un cuarto de camino”.

Veía el número de páginas en un libro como una tarea amedrentante. A lo largo de mi adolescencia, siempre revisaba el número de la página que leía y la comparaba con el total, ansioso de terminar con la tarea—ya fuese una lectura de placer o escolar. Medía mi progreso por cuán cerca estaba del final. Mi satisfacción venía al cerrar el libro en la última página.

Cuarenta años más tarde, embelesado por una buena historia, nunca miro el número de la página; disfruto la historia. El final no es más un suspiro de alivio, es un triste momento cuando tengo que dejar el mundo de las páginas y regresar al real. Saboreo cada momento de la vida a la que soy transportado entre sus páginas.

Fue en aquellos mismos años mozos cuando añoré volar, para estar por mi cuenta—vivir la vida que quería; no saboreé las páginas al voltearlas.

Hoy espero que mi última página no esté tan cercana. Quiero saborear la historia que las páginas de mi vida me ofrecen. He aprendido a disfrutar la historia. Cada página es cuidadosamente leída y amada por la información que atesora; ¿qué me enseñó el ayer?

Volteo la página al mañana; ¿qué nuevo misterio y aventura se habrán de desplegar?

Ya no ando apurado en la vida; ahora disfruto la lectura.

Michael T. Smith

Fuente: www.AsAManThinketh.net

¡Interesantísima reflexión del autor!

De alguna manera me identifiqué con él al recordar las asignaciones de lectura de libros en el colegio, cuando teníamos que leer El Quijote, Don Segundo Sombra, La Cabaña del Tío Tom, etc. Lo cierto es que a medida que han pasado los años todavía sigo pendiente del porcentaje del libro leído cuando siento que necesito leerlo aunque no es enteramente de mi agrado.

Pero no cabe duda de que en cuanto a la vida, todos necesitamos disfrutar la leída un poco más… el cumplimiento de tareas, el logro de objetivos, etc., podrán parecer muy importantes en un momento pero su satisfacción es efímera y simplemente dan paso a otras tareas y objetivos.

A final de cuentas, es el trayecto, la travesía por este mundo—una travesía que habrá finalizar tarde que temprano—lo que debe capturar nuestro entusiasmo ya que Dios nos puso aquí con propósito. Sepamos gozar cada día de este lado del cielo aferrados al Señor y alineándonos con Sus planes para nuestras vidas. Adelante y que Dios les bendiga.

 

Raúl Irigoyen

El Pensamiento Del Capellán