Las cenas de San Valentín con mis padres se tornaron cosa del pasado cuando fui lo suficientemente mayor para tener mis propias citas.  Aunque no me di cuenta al momento, ¡tampoco fue notada mi ausencia en aquellas noches!

De todas maneras, antes de salir aquella noche, siempre recibía una dulce tarjeta y posiblemente algún regalito y tras regresar a casa más tarde, disfrutaba de mi porción de cualquier delicioso postre hecho en casa por Mamá para la ocasión.  Típicamente , era un pastel de varias secciones horneado en moldes en forma de corazón, algo delicioso que ella preparaba cada año y que estoy orgullosa de decir que esos moldes están ahora en mi posesión.

Mi ultimo año en secundaria, Kansas estaba bajo ataque el Día de San Valentín con una tormenta de invierno azotándonos desde las planicies.  La escuela cerró temprano y las citas amorosas fueron canceladas.  Después de unos cuantos años sin mi presencia para la noche, estaría celebrándola con mis padres.  Sorprendentemente, vino a ser una velada que dejó una impresión perfecta en mi mente y un sentimiento insuperable en mi corazón.

Mamá había preparado el platillo favorito de Papá para la cena pero al arreciar la tormenta, comenzó a observar el reloj y caminar de un lado al otro.

“Estoy realmente preocupada.  Con este clima sabía que tu Papá llegaría un poco tarde a casa, ¡pero no tan tarde!”  Se mantuvo ocupada manteniendo la cena caliente determinada a no permitir que nada se quemase, pero siguió caminando de un lado a otro viendo a través de la ventana las luces del auto.

Como una adolescente absorta en sí misma, yo seguí con mi conversación telefónica hasta que oí abrirse la puerta y a Mamá lamentarse: “¿Dónde has estado?  ¡Me has tenido muy preocupada!”

Me asomé para ver a Papá con sus brazos llenos de flores y una caja de chocolates.  Él sonrió: “¡Feliz Día de San Valentín, Querida!”  Mamá le abrazó provocando que él tuviese que hacer malabares con los regalos mientras intentaba aceptar con gentileza el abrazo de Mamá.

El buqué de flores ocupó el lugar central en la mesa y nos sentamos a cenar.  Alcancé mi servilleta y me di cuenta de un paquetito al lado de mi plato que parecía haber aparecido de la nada.

“¿Qué es esto?” pregunté llena de entusiasmo y sorpresa porque Mamá ya me había dado una dulce tarjeta con una figurita pequeña.

“¡Tan sólo ábrela!”  Los brillantes ojos azules de Papá centelleaban con espíritu travieso.

Abrí el paquete tan rápido como pude y a duras penas pude hablar, se trataba de un frasco de colonia “Emboscada”, una esencia muy popular y asequible para adolescentes de aquel tiempo.

“¡Papá!  ¿Compraste esto por ti mismo?” chillé de gozo.

“Bueno, más o menos.  Tuve alguna ayuda de la vendedora… en realidad, ¡bastante ayuda!”
Estaba anonadada.  Un regalo de San Valentín comprado por Papá; Mamá siempre hacía las compras.  ¡Me levanté de mi silla para darle un abrazo de oso y un gran beso!
“Saben, he visto ese perfume por todos lados siempre y pienso que podría recordar el nombre si pensaba en las películas del Oeste.  Saben como siempre se estaban emboscando el uno al otro.  Bueno, todo estuvo bien hasta que la vendedora me preguntó la marca y yo le contesté, Apache”.

“¡Apache!”, reí hasta que las lágrimas rodaban por mis mejillas.

Papá gruñó y me informó que no era divertido en absoluto.  La vendedora insistió que había tal colonia mientras que él juraba que sí.  Buscaron por todos lados hasta que él decidió que tal vez había olvidado el nombre—pero dejó claro que reconocería el olor en el que su hija parecía bañarse.  Fue entonces que comenzó la maratón de vaporizaciones; él no iba a salir de la tienda sin el regalo que había decidido comprar.

“No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a estornudar sin parar y mi nariz comenzase a gotear y casi enfermé de tantos olores.  Justo cuando pensé que tendría que salir a tomar un poco de aire fresco fuera antes de continuar, la vendedora de repente, ¡dio con él!

“¡Ese es, ese es!  Gracias por su tiempo, señora”.  Él sonrió a la vendedora y estornudó una vez más al abalanzarse por la puerta hacia su auto en medio de la ventisca.

Nunca le he preguntado a Papá que le llevó a comprarme un regalo ese año.  Dándose cuenta de que mis días bajo su techo habrían de terminar pronto siempre ha sido mi sospecha.

Rosas, ositos de peluche y cupidos abundan cada febrero, creando lo que algún día serán gratos recuerdos.  En lo que a mí respecta, ¡recuerdos cómicos pero preciosos de mi Emboscada de San Valentín son recordados en vívidos detalles!  Residen en un nicho especial de mi corazón… ¡uno que está reservado tan sólo para mi Papá!

Rev. Kathleene S. Baker, copyright 2009
Contribuyente al Chicken Soup for the Soul 
Publicado en Chicken Soup for the Soul – GRACIAS PAPÁ

¿Cuánto impactan nuestras actitudes y acciones la vida de nuestros pequeñines?  Si bien es cierto que nadie niega que influyen mucho, la narración de hoy da un atisbo en cuanto a la dimensión en que lo hace.  Un regalito, un gesto de aprecio bien pueden cambiar el rumbo de una vida al hacerla sentir valorada.

Bueno, hoy no celebramos el Día de la Amistad (antiguo Día de los Enamorados) pero ciertamente es una magnífica ocasión para mostrarle nuestro agradecimiento a quienes han sabido estar a nuestro lado en las buenas y en las malas, brindándonos un hombro sobre el cual recostar nuestra cabeza ó dándonos una manita cuando nuestras fuerzas se habían agotado… todo aquello siendo en realidad una expresión del amor de Dios a través de esas personas que Él colocó en nuestras vidas.  Vamos, hagamos una llamadita, una visita o, mejor aún, invitémosle a comer algo.  Adelante y que Dios les continúe bendiciendo.

Raúl Irigoyen
El Pensamiento Del Capellán