“ Lloré de angustia en la noche, mis ojos se enrojecieron al despuntar el alba. Creí que no había esperanza. Creí yo era el único que así sufría. El Maestro se acercó y con ternura me dijo: “No eres el único, hay muchos a quienes yo he levantado y contigo lo haré otra vez”. Se disipó el quebranto. El no solo me perdonó sino que me devolvió mi herida para con ella consolar al que llora sin esperanza”. Serafín Contreras G.