Vamos a reflexionar acerca del ser humano como una realidad trina: psíquica, álmica y corpórea. Se trata de la realidad trina de un ser humano creado a imagen y semejanza del Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sin perder de vista la imagen del ser humano como un prisma trilateral, vamos a enfatizar ahora la vida espiritual del mismo en perspectiva teológica.

Muchos pensadores que han reflexionado, desde el mundo secular, sobre el ser humano, se han encontrado con la realidad de que, los misterios humanos se entrelazan con los misterios de Dios en el hombre mismo. Esperamos que las preguntas que siguen sean de ayuda para la reflexión sobre este encuentro divino-humano en lo humano.

¿Por qué el incrédulo no es un descreído como afirma Rümke? ¿Por qué, al oponerse a la religión, tiene la necesidad de creer en otro sentido? ¿Por qué palpita en nosotros el sentimiento numinoso como afirma Otto? ¿De dónde surge el inconsciente espiritual del cual nos habla Frankl? ¿De dónde surge la necesidad de un marco de orientación y de un objeto de devoción, que, según Fromm, existe en todo ser humano? ¿De dónde surge la religiosidad como substratum común a toda la humanidad según sostiene Jung?

¿De dónde surge la disposición, que parece ser de carácter filogenético (pero que más bien es ontogenética) a fin de mantener ciertos principios morales, según lo escrito por Anna, la hija de Sigmund Freud? Estas preguntas no logran una respuesta unánime en el campo psicológico. Sólo podemos encontrar adecuada respuesta en la teología.

El alma humana debe ser cultivada sin estropear su relación con la mente y con el cuerpo, porque el hombre es una unidad psiconeumosomática. Al cultivo del alma, en este encuadre, se lo puede llamar proceso de santificación.
Algunos elementos teóricos sobre la santificación

Concebimos a la psicología pastoral como un medio de comunicar el Evangelio, en su plenitud, con el propósito de lograr el hombre nuevo y la nueva humanidad. Este enfoque nos acerca al concepto bíblico de santificación. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el proceso de santificación se apoya en dos factores fundamentales: La victoria sobre el pecado y el ser apartados o consagrados para Dios.

Tanto la victoria sobre el pecado, como el apartamiento o la consagración para Dios, no se logran sin un cambio interno del ser humano. Cambio en el cual convergen la obra del Espíritu Santo y la disposición de los creyentes a ser compañeros de trabajo (sunergoi) de
Dios como dice San Pablo en 1 Corintios 3:9.

Al mencionar la colaboración humana para lograr la santificación no estamos presentando idea nueva alguna. Ya en el año 1905 escribió el teólogo W. Tillet: “Decir que el hombre se justifica a sí mismo, en el sentido bíblico, o que se regenere a sí mismo, sería contradecir en absoluto la sana doctrina. No así cuando hablamos de la santificación, puesto que parece haber en ésta un elemento humano que no se encuentra en la justificación ni en la regeneración”.

Si se acepta que la santificación se fundamenta en los dos principios básicos que he mencionado; surgen de inmediato dos interrogantes insoslayables: ¿Qué es el pecado? y ¿Qué significa ser apartado o consagrado para Dios? Veremos qué es el Pecado, proximamente y luego abordaremos lo que significa ser consagrado para Dios.

Dr. Jorge León.
Psicología Pastoral.
http://www.psicologia-pastoral.com.ar/