“Me senté a sus pies y mi alma se estremeció. Quise pararme a servirle y me dijo: Quédate quieto aquí y deja que te ame. Recosté mi cabeza en su pecho y su palpitar despertó mi espíritu. Mis ojos se abrieron y la ternura en su rostro terminaron de partir mi orgullo y desde entonces ya no soy el mismo. Seguí llorando de impotencia pero lleno de su presencia”. Serafín Contreras G.