Mamá me arropó bien.  “Mamá, ¿irá a nevar de veras?”  Ella me arropó con la sábana hasta mi barbilla y me besó en la mejilla.

“Eso fue lo que dijo el meteorólogo”.

“¿Suspenderán la escuela?”


“Depende… si caen doce pulgadas como dijo, probablemente lo hagan”.


“¡Qué bien!  No quiero ir a la escuela…quiero jugar en la nieve”.

“Bueno, Michael, no te entusiasmes tanto…pudieras decepcionarte”.


“Pero el meteorólogo dijo…”
“Michael, las tormentas son impredecibles”, me tocó en la mano.  “Duérmete y veremos qué trae la mañana”.

Ella cerró la puerta y la habitación se oscureció.  Fuera, el viento bramaba.  El aguanieve y el hielo golpeaban contra la ventana.  Oí a mamá caminar a la cocina; todo estaba bien.  Me levanté de la cama, me asomé por la ventana y levanté las venecianas.  La nieve revoloteaba bajo las luces de la calle y se movía en círculos sobre el pavimento como las arenas en un desierto.  Mi pulso se aceleró… ¡no habrá escuela mañana!

“Michael, ¿estás en tu cama?” gritó Mamá.

“¡Sí, Mamá!”  Corrí de vuelta a mi cama y me cubrí con las sábanas hasta mi barbilla.  ¿Cómo lo sabría ella?
“¡Más vale que lo estés!”
“¡Lo estoy, Mamá!  Ven y podrás verlo”.
“¡Duérmete!”
“¡Sí, Mamá!” me encogí bajo las sábanas.

El viento bramaba y yo estaba calientito y seguro en mi capullo.  Mamá y Papá conversaban y veían la televisión.  Escuché el viento y deseé un día de asueto para jugar en la nieve.

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“¡Michael!”  Mamá estremeció mi hombro.

“Michael, es tiempo de levantarse para ir a la escuela!”

“¿La escuela?” me di vuelta y la miré.  “¿Mamá?”


“Lo siento, Michael, la nieve nos pasó de largo… se convirtió en lluvia.  Las escuelas están abiertas”.
 “¿No hay nieve?”
“Michael, llegarás tarde”.

“Pero la nieve”.


“No hay nieve, Michael.  Levántate y lávate los dientes”.



Gruñí y me levanté de la cama.  En el lavamanos, sostuve mi cepillo de dientes y me miré en el espejo.  Mi reflejo imitaba mi tristeza y desilusión.  Me imaginaba la escuela: una prisión para niños sin un día de nieve.  En cada lado de la calle, la nieve restante se derritió creando pequeños ríos de agua enlodada.  Las observé juntarse en corrientes más grandes.  Tierra chocolate giraba donde el agua se empozaba antes de fluir al océano.

Las imágenes de buques luchando por mantenerse a flote pasaron por mi mente.  El timbre de la escuela sonó me trajo a la realidad.  Mi sueño de un día de asueto se derritió como la nieve en la fuerte lluvia.

El día escolar duró una eternidad.  Las palabras de la maestra pasaron desapercibidas; permanecí en mi pupitre auto lamentándome.  Seguía pensando, “¿Cómo pudo pasar esto?”  El meteorólogo dijo que nevaría… todo se arruinó”.
“¡Psst!”  Me volteé a mi derecha.  Mi amigo Justin me miró y yo miré a la maestra quien estaba de espaldas.
“¿Qué?” susurré.

“¿Quieres jugar después de la escuela?

”
Meneé mi cabeza… “No hay nieve”.


“¿Y qué?  La quebrada tras la escuela está llena de agua y corre fuerte.  Pudiéramos jugar con nuestros botes.  Los llenaremos con nuestros soldaditos de plástico y veremos si pueden sobrevivir las aguas turbulentas.  Podemos lanzarles piedras pretendiendo que somos piratas cañoneándoles”.

“¿Quién está hablando allá atrás?”  Justin y yo saltamos y miramos hacia adelante.

“¿Están ustedes hablando, muchachos?”  Nuestra maestra se nos quedó mirando.

“¡No, Señorita Henneberry!” dijimos al unísono.

Ella se volteó al pizarrón.
“Te veo después de la escuela”, le susurré a Justin.  La campana sonó; Justin y yo salimos rápido por la puerta y tuvimos el tiempo de nuestras vidas.  Los piratas asediaron los botes en las aguas turbulentas de la corriente.  Nuestros barcos se hundieron en las oscuras aguas.  Dos muchachos rieron y jugaron hasta que sus madres les llamaron para la cena.  La tristeza que sentía en la mañana se había ido.  Arropado bajo mis mantas aquella noche, sonreí y pensé: “¡Qué gran día!”

Aquel día de nieve perdido quedó muchos años atrás, pero su lección está fresca.  El día comenzó con desilusión.  Un deseo, un sueño se había ido.

A lo largo de los años, he mirado mi reflejo en el espejo en la mañana y sentido el mismo dolor.  Hubo billetes de lotería que no ganaron el dinero que desesperadamente necesitaba.  “¿Por qué no gané?”  Me lamentaba; lo había deseado con tanto anhelo… ¿por qué no pasó?



Ha habido tiempos cuando no quería levantarme de la cama porque no había nada esperándome.  El empleo que tenía había terminado el día anterior.  ¿Por qué tuvo que pasarme a mí?  Mi primera esposa murió.

Miré en el espejo al día siguiente y sentí el mismo vacío de “un día sin nieve”.  “¿Por qué tuvo que pasar?  Todos los sueños que teníamos para el futuro se habían ido”.

En cada caso, las circunstancias estaban fuera de mis manos.  No servía de nada lamentarme.  Tenía que levantarme de la cama, enfrentar el día y sacarle el máximo provecho a mi situación.  Si no lo hubiera hecho, nunca hubiese hallado un nuevo empleo.  Si no me hubiese sobrepuesto a la pérdida de mi primera esposa, nunca hubiese hallado un nuevo amor.  Si la escuela se hubiese suspendido, me hubiera perdido de un gran tiempo con mis amigos.



Cuando nuestro día no comienza de la manera que hubiésemos deseado, necesitamos tomar control de la única cosa sobre la que tenemos control… nosotros mismos.

Michael T. Smith