Cuenta la leyenda que Narciso era hijo de un río y de una ninfa. Y por lo visto era un niño muy guapo.
Narciso fue creciendo, y pronto fue un joven apuesto. Lo malo es que rechazaba el amor que le ofrecían y permanecía insensible al cariño de los demás. Sólo estaba pendiente de sí mismo. Así fueron pasando los años hasta que un día de mucho calor, después de una cacería, el muchacho se detuvo en una fuente para refrescarse. Al inclinarse para beber, Narciso vio su imagen reflejada en las aguas…, y se enamoró perdidamente de su propia figura.
Y allí se quedó Narciso, días y días, semanas y semanas, indiferente a todo lo que le rodeaba. Y allí, inmóvil como una estatua, absorto en su propia contemplación, se dejó consumir por el hambre y la soledad hasta desvanecerse y caer sin vida sobre la hierba.
Esta vieja leyenda ha dado el nombre de narcisismo a esa ingenua vanidad de quienes ante el espejo alimentan sin cesar la admiración hacia sí mismos.
La tragedia de Narciso tiene otras formas mucho más corrientes, más a nivel de calle. Aparece como un idealismo, ingenuo y perezoso a la vez, que inunda los afanes de muchas chicas y chicos jóvenes. Están llenos de proyectos: van a ser grandes genios, egregios artistas, creadores incomparables…; y a continuación confiesan que van mal en sus estudios, que jamás leen un libro, que no saben lo que es madrugar.
Piensan que están llamados a ocupar puestos preeminentes, que están destinados a ser como aquel gran empresario que se hizo a sí mismo en unos pocos años y ahora es inmensamente rico. Imaginan que triunfar en la vida es un camino sencillo, de sueño azul, glorioso, placentero y gratificante.
Van por la calle imaginando las miradas de admiración, las miradas de envidia, que sin duda le dirigen los conductores, los peatones, todos.
Un día reciben un halago (quizá de cumplido) por algo que han hecho, y ya se ven como un nuevo Mozart o un nuevo Goya. Y en seguida creen ser un genio mundial, un superhombre. Y se comportan como piensan que corresponde a un genio así, de forma anárquica y distinta, como un hombre al que poco queda que aprender y que vivirá con sólo sacar un poco de partido a su inmenso talento.
Pero la vida no suele ser así. Porque la realidad es terca. Y deben comprender que para hacer cualquier cosa seria en la vida, hay mucho que trabajar, mucho que aprender, mucho que tachar. Que nunca podrán crear si anteponen hoy sus sueños a la realidad. Quizá convenga recordarles aquello de Thomas Edisson de que el genio se compone de un 1% ciento de inspiración y un 99% de transpiración, de sudor, de trabajo.
La vanidad lleva a creerse algo distinto a lo que uno realmente es. El vanidoso piensa que hace maravillas y se siente herido si los demás no lo valoran. El hechizo de la vanidad los problematiza y sufren tremendamente. El mejor remedio es un poco de realismo:
Para unos, será comprender que los genios suelen ser inteligencias trabajadas por un estudio profundo;
Para otros, abrir un poco los ojos y descubrir las cualidades de los demás, que es una excelente forma de aprender;
Para los que pasan horas ante el espejo y aún así no están seguros de que les guste lo que reflejan, ser menos puntillosos en cuanto a su aspecto físico;
Para todos, rechazar el engañoso halago de la adulación (propia o ajena) y comprender que el objetivo de la vida no puede ser algo tan pasajero como la opinión ajena o el brillo de los aplausos.
Los personajes famosos, esos que saborean las mieles de la gloria, cuando son un poco sensatos “y sinceros” reconocen que sólo con esas satisfacciones no se puede llenar una vida. Que vale más un poco de cariño que todos los aplausos del mundo. Que, a veces, han logrado todos esos aplausos pero, en esa lucha, han perdido el cariño de los suyos, y están tristes.
Hay que aspirar a ser buena persona y a ser coherente con uno mismo. También se puede desear que los demás lo crean así, y lo valoren. Pero esto último ya es más difícil y, sobre todo, menos importante. Muchas veces hay que contentarse “y no es poco, es lo principal” con estar satisfecho con uno mismo. El aplauso que importa y que de verdad satisface es el que proviene de nuestro interior, de la conciencia de la obra bien hecha.
Dr Juan Barek
No os apartéis en pos de vanidades que no aprovechan ni libran, porque son vanidades. 1 Samuel 12:21.
Ciertamente Dios no oirá la vanidad, Ni la mirará el Omnipotente. Job 35:13.
Una valiosa reflexión,para recordarnos una vez más,que el cuidado de nuestra vida interior es lo primero que debemos hacer cada día,todo lo que atañe a la vida exterior,por ejemplo: estudios,trabajo,necesidades relacionadas con nuestra alimentación,vestido,vivienda,entretenimiento….. deben merecer un segundo lugar. Debemos aprender a confiar en Dios,El sabe de todas nuestras necesidades materiales y esto es dado por añadidura. Jesús dijo: “Trabajar,no por la comida que perece,sino por la comida que a vida eterna permanece,la cual el hijo del hombre os dará;porque a éste señaló Dios el Padre” ( Jn.6:27). Nuestro afan de lograr fama y riqueza material, descuidando nuestra vida espiritual, es un esfuerzo vano y una perdida valiosa de tiempo,porque se endurece el corazón por la soberbia y la vanidad.Preocupémos primero de ser ricos en fe y herederos del Reyno de Dios. Dios nos invita a reflexionar,su Palabra nos dice: “Pues qué aprovecha al hombre,si gana todo el mundo,y se destruye,ose pierde a sí mismo? ( Lc.9:25).
muy bueno gracias por esta pag.
esta vonito megusta
Primeramente me siento agradecido con Dios por este Ministerio porque me a echo de mucha Bendicion…….Dios siga Bendiciendo este Ministerio Grandemente…
Dios les bendiga. no se por que otra vez no estoy recibiendo ,las reflexciones diarias, yo no me he dado de baja ,por favor me pueden seguir enviandolas gracias, son un refrigerio espiritual …….Dios les bendiga………
en el amor del Se~or
Nora Rivera