Escribo estas palabras desde un aeropuerto. Aquí la realidad es distinta y cambiante. Personas que vienen y van. Repetidos anuncios a través de la megafonía. Rostros que denotan felicidad, cansancio, preocupación, curiosidad, tedio… ¡Un mundo dentro de otro!

Mientras mi vuelo sigue retrasado, analizo las distintas situaciones…

Estamos en un sitio de paso. Un viaje, propio o ajeno, atrae a la gente hacia este lugar. Llegan familiares. Un nuevo viaje de negocios. “Al fin se concretan las vacaciones anheladas”.

Es un lugar de emociones encontradas. Los abrazos están a la orden del día. Las lágrimas por la despedida, también. El fuerte tono de voz de la persona a la que le perdieron la maleta se pierde entre las risotadas de aquel grupo de jóvenes, mientras que un hombre le recrimina a su familia el haber llegado tarde.

(Mi vuelo continúa retrasado).

Es un espacio de encuentro. Así lo confirma ese abuelo que acaba de conocer a su pequeño nieto. Lo expresa en su rostro el muchacho que se reencuentra con su novia. Es evidente en la expresión cansada de aquella tripulación que vuelve a encontrarse con su ciudad.

Por sobre todo, el aeropuerto constituye un destino y un punto de partida. Quienes nos aprestamos a viajar tenemos un objetivo en mente: llegar a destino. Hemos comprado nuestro boleto y cuando llega el momento no deseamos otra cosa más que concretar nuestro propósito. Sabemos muy bien que el viaje no es la meta: es el medio para arribar a un sitio determinado.

(Acaban de anunciar que mi vuelo saldrá dentro de una hora…).

Y me pongo a pensar. Establezco un paralelo con nuestras vidas. Medito sobre el ajetreo del que muchas veces somos “presa fácil”. Porque en la multiplicidad de los hechos rutinarios podemos llegar a olvidarnos de que estamos en un sitio de paso.

Que la vida es un lugar de emociones encontradas. Que nuestra existencia es un espacio de encuentro. Y que por sobre todo, la vida constituye un destino y un punto de partida.

Jesucristo dijo: “Dios amó tanto a la gente de este mundo, que me entregó a mí, que soy su único Hijo, para que todo el que crea en mí no muera, sino que tenga vida eterna. Yo he venido para que todos ustedes tengan vida, y para que la vivan plenamente” (Juan 3:16, 10:10).

Para ser más claro (¡están llamando para abordar el avión!): la realidad y los beneficios de esta clase de vida (el destino final) pueden comenzar a experimentarse desde el “aquí y ahora” (el punto de partida). ¡La decisión es nuestra!

Cristian Franco