“Ay de mí, que estoy muerto; porque soy hombre de labios inmundos” Isaías 6:5.
La Gloria de Dios inundó el templo e Isaías cayó inmediatamente en sus rodilla y cuando sus ojos vieron la Gloria Divina a la misma vez vieron su bajeza humana. Cada vez que me encuentro con Dios no solo veo su grandeza, su majestad y su Gloria sino que a la vez veo las cosas que hasta ese momento han parecido pequeñas y ahora se tornan grandes.
Para Isaías lo que hablaba y como lo hablaba parecía no tener mucha importancia, pero ahora frente a la grandeza y Santidad de Dios lo que era pequeño se tornó inmenso y clamó… Soy hombre de labios inmundos. Hoy, quiero acercarme a la Gloria de Dios para poder ver las cosas como realmente son y no como creo que son. Hoy quiero cuidar mis labios y jamás prestarlos para las inmundicias de este mundo.
Cuando estoy en la presencia y santidad de Dios la convicción genuina nace y nuestra convicción se centra en nuestro pecado específico, y nos damos cuenta, como Isaías, de lo que realmente somos. Cuando esto ocurre ya no sentimos una vaga sensación de pecado, sino que el enfoque es directo y personal y ya no lo podemos justificar. Hoy quiero tener esta claridad de vida.
Se que no la puedo tener solo por mi fuerza, sino que eso viene precisamente de mi estadía ante la presencia de Dios. Hoy traigo mis labios ante el altar de Dios para que con su carbón encendido los purifique. Por muchos años descuide la importancia de observar con detenimiento las palabras que salían de mis labios, pero al final un día fui confrontado con la declaración bíblica de que de la abundancia del corazón habla la boca y si observo atentamente lo que sale de mis labios podré determinar lo que existe en mi corazón.
Hoy quiero que mi corazón esté lleno de la presencia de Dios y de su Gloria, que mi corazón esté lleno de la Palabra de Dios y su alabanza y entonces lo que sale de mis labios serán las cosas puras que emanan de la grandeza de Dios. Si así es ya no tendré que gritar como Isaías, con AY de mi que soy hombre muerto, sino un hombre vivo para la gloria de Dios.
Señor, Gracias por tu bondad y tu misericordia. Quiero acercarme ante tu altar en este día con el deseo de agradarte y servirte. Se que cuando tu presencia me llena, podré ver la realidad de mi pecado en la misma dimensión como tu la miras. Veré el estado de mi corazón y la condición de mis labios, porque hay una conexión estrecha entre el corazón y los labios. Amén. Devocional Diario –> Renuevo.net
Dr. Serafín Contreras Galeano
www.serafincontreras.com
gracias le doy a DIOS, POR SU INMENSA MISERICORDIA Y AMOR PARA CON MIS HIJAS LORENA Y LINDA RUBY Y MI HIJO EMMANUEL,Y MI ESPOSA.Las bendiciones de DIOS,llegan acada momento a nuestras vidas, cuando leemos palabras de DIOS, Y OHIMOS DE SU GRANDESA,BENDICIONES AL DR. SERAFIN.
es posible que muchas veces dejemos, que cosas nos dirijan hacia la muerte, pero como siempre digo, tenemos que pedir a Dios en todo momento nos de direccion, leer la biblia pero no nada mas eso es leer analizarla y ponerla en practica, algo que me costaba ere parte de perdonar a mi enemigo, huy me ponia muy disgutada no decia malas palabras, pero pensaba como seria si les pasaba algo, entonces hice todo lo posible, por poner en mi mente lo que habia leido,en la biblia y le pedia a Dios perdon, por cualquier pensamiento impropio, comence a dejar de pensar como yo queria, y deje que Dios actuara y el hiciera su voluntad y no la mia, tenemos que andar como hijos de Dios como dice Efecios 5:1-33 y Efecios 6:1-20 dejemos que el espiritu de Dios viva en nosotros Amen.
Muchísimas gracias por tan bellos mensajes, palabras de vida y guía que dan a todos los hijos de Nuestro amado Padre Celestial. Soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los santos de los Últimos Días y les ruego permitirme compartir con todos ustedes amados hermanos mi testimonio de nuestro amado Señor, Salvador, Redentor y Dios, aún nuestro Señor Jesucristo:
“El Redentor de la humanidad nació hace poco más de dos mil años en Belén de Judea. Siendo niño, fue llevado al templo de Jerusalén, donde José y María oyeron las maravillosas profecías por boca de Simeón y Ana sobre el bebé que estaba destinado a ser el Salvador del mundo.
Pasó gran parte de Su infancia en Nazaret de Galilea y a la edad de doce años fue llevado nuevamente al templo. María y José lo hallaron conversando con hombres instruidos “y éstos le oían y le hacían preguntas” (Traducción de José Smith, Lucas 2:46).
Jesús llegó a la edad adulta y “crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). Juan lo bautizó en el río Jordán para “[cumplir] toda justicia” (Mateo 3:15). Ayunó durante 40 días y noches y soportó las tentaciones de Satanás antes de empezar Su ministerio público, tras lo cual anduvo enseñando, sanando y dando bendiciones.
El gran Jehová
Jesús fue, en efecto, el gran Jehová del Antiguo Testamento, el que dejó las cortes reales de Su Padre en lo alto y condescendió a venir a la tierra como bebé, nacido en las circunstancias más humildes. Isaías predijo Su nacimiento siglos antes y declaró proféticamente: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6).
Este Jesucristo de quien solemnemente testificamos es, tal y como declara Juan el Revelador, “el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra”. Él “nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 1:5–6).
El Salvador del mundo
Fue y es el Hijo del Todopoderoso, el único hombre perfecto que caminó sobre la tierra. Sanó a los enfermos e hizo caminar al cojo, ver al ciego y oír al sordo. Levantó a los muertos, pero aún así, estuvo dispuesto a entregar Su propia vida en un acto expiatorio, la magnitud del cual escapa a nuestra comprensión.
Lucas registra que Su angustia fue tan grande que “era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44), una manifestación física confirmada en el Libro de Mormón y en Doctrina y Convenios (véase Mosíah 3:7; D. y C. 19:18). El sufrimiento en Getsemaní y en la cruz del Calvario, apenas a unos cientos de metros de Getsemaní, incluyó, en lo temporal y lo espiritual, “tentaciones… dolor… hambre, sed y fatiga, aún más de lo que el hombre puede sufrir”, dijo el rey Benjamín, “sin morir” (Mosíah 3:7).
A la agonía de Getsemaní le siguieron Su arresto, Sus juicios, Su condena y el inexpresable dolor de Su muerte en la cruz, seguido de Su entierro en el sepulcro de José y Su triunfante resurgir en la Resurrección. Él, el bebé humilde de Belén que hace dos mil años anduvo por los polvorientos caminos de la Tierra Santa, se convirtió en el Señor omnipotente, el Rey de reyes, el Dador de salvación para todos. Nadie puede comprender plenamente el esplendor de Su vida, la majestuosidad de Su muerte, la universalidad de Su don a la humanidad. De manera inequívoca declaramos junto con el centurión que dijo cuando Él murió: “…Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15:39).
Nuestro Señor Viviente
Éste es el testimonio del testamento del Viejo Mundo, la Santa Biblia. Y aún hay otra voz, la del testamento del Nuevo Mundo: el Libro de Mormón. En él, el Padre presentó a Su Hijo resucitado diciendo: “He aquí a mi Hijo Amado, en quien me complazco, en quien he glorificado mi nombre” (3 Nefi 11:7). Con esta presentación divina se inicia el relato del ministerio de nuestro Salvador entre algunas de Sus “otras ovejas” (Juan 10:16) tras Su ascensión de Jerusalén. El mensaje a lo largo de todo el Libro de Mormón es sobre la divinidad de Jesucristo y las bendiciones eternas que pueden recibir todos los hijos y todas las hijas de Dios mediante Su amor redentor. Éstas son las palabras de un profeta del Libro de Mormón:
“Porque nosotros trabajamos diligentemente para escribir, a fin de persuadir a nuestros hijos, así como a nuestros hermanos, a creer en Cristo y a reconciliarse con Dios; pues sabemos que es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos…
“Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:23, 26).
A todo esto se añade la declaración de los profetas modernos: “Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!” (D. y C. 76:22). En Doctrina y Convenios, Él testifica sin lugar a dudas de Su propia misión divina: “Yo soy el Alfa y la Omega, Cristo el Señor; sí, soy él, el principio y el fin, el Redentor del mundo” (D. y C. 19:1).
En Él vemos no sólo a nuestro Maestro y Buen Pastor, sino también a nuestro gran Ejemplo, que nos pide: “…Si quieres ser perfecto… ven y sígueme” (Mateo 19:21).
La Piedra Angular
Él es la principal piedra angular de la Iglesia que lleva Su nombre: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. No hay ningún otro nombre dado entre los hombres mediante el cual podamos ser salvos (véase Hechos 4:12). Él es el Autor de nuestra salvación, el Dador de la vida eterna (véase Hebreos 5:9). No hay quien se le compare; nunca lo ha habido y nunca lo habrá. Demos gracias a Dios por la ofrenda de Su Amado Hijo, que dio Su vida para que pudiésemos vivir y que es la piedra principal e inamovible de nuestra fe y de Su Iglesia.
El punto central de nuestra fe
No sabemos todo lo que yace adelante; vivimos en un mundo de incertidumbre. Para algunos, habrá grandes logros; para otros, desilusiones. Para algunos, mucho gozo y alegría, buena salud y una vida holgada; para otros, quizás enfermedad y un grado de pesar. No lo sabemos. Pero de una cosa estamos seguros: al igual que la estrella polar de los cielos, pese a lo que depare el futuro, allí se encuentra el Redentor del mundo, el Hijo de Dios, seguro y firme, como el ancla de nuestra vida inmortal. Él es la roca de nuestra salvación, nuestra fortaleza, nuestro consuelo, el mismo punto central de nuestra fe.
Acudimos a Él en tiempos buenos o malos, y Él está allí, para darnos seguridad y aprobación.
Él es el punto central de nuestra adoración; Él es el Hijo del Dios viviente, el Primogénito del Padre, el Unigénito en la carne. Él “ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron” (1 Corintios 15:20). Él es el Señor que vendrá de nuevo “para reinar en la tierra sobre su pueblo” (D. y C. 76:63; véase también Miqueas 4:7; Apocalipsis 11:15).
Nadie tan grandioso ha caminado sobre la tierra; ningún otro ha hecho un sacrificio comparable ni otorgado una bendición semejante. Él es el Salvador y el Redentor del mundo. Creo en Él; afirmo Su divinidad sin dudas ni evasivas. Lo amo. Pronuncio el nombre de Jesucristo con reverencia y maravilla. Él es nuestro Rey, nuestro Señor, nuestro Maestro, el Cristo viviente, que está a la diestra de Su Padre. ¡Él vive! Él vive, resplandeciente y maravilloso, el Hijo viviente del Dios viviente. ( GORDON B. HINCKLEYJunio 23, 1910 – Enero 27, 2008 )
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Un mensaje que debemos seguir a cada momento de nuestras vidas, porque una palabra dirigida a una persona puede causarle muchos malestares como también puede sanarlo. Gracias hermano Serafín por los interesantes artículos que nos haces llegar día a día. Dios le bendiga.
Ante la presencia del Señor podemos alabarle, glorificarle, exaltarle, porque no hay ni habrá nadie como nuestro Dios, puro, Santo, Glorificado, te agradecemos Jesús por sentir tu presencia y gloriarnos en tí Señor, te agradecemos que llegaras a nuestras vidas, en el momento justo, en el cual has hecho maravillas para nosotros, eres el único en aliviar nuestras cargas, lamentos, llanto, dolor bendito seas Jesús hoy y siempre.