Norman Vincent Peale contó una historia de su niñez que revela la manera en que la desobediencia obstaculiza nuestras oraciones. Cuando niño una vez se consiguió un puro. Se dirigió a un pasillo trasero donde imaginó que nadie lo vería y lo encendió.
Al fumarlo descubrió que no tenía buen sabor, pero sí le hacía sentirse adulto. Al exhalar el humo notó que un hombre venía por el pasillo en dirección a él. A medida que el hombre se acercaba, Norman se percató horrorizado que era su padre. Era muy tarde para tratar de tirar el puro, por lo tanto, lo escondió detrás de él y trató de actuar de la manera más natural posible.
Se saludaron y para consternación del muchacho, su padre comenzó a conversar con él. Desesperado por distraer la atención de este, el niño divisó una cartelera cercana que anunciaba un circo.
«¿Puedo ir al circo, papá?», le rogó. «¿Puedo ir cuando venga al pueblo? ¿Por favor, papá?»
«Hijo», respondió su padre en voz baja, pero firme, «nunca hagas una petición mientras al mismo tiempo tratas de ocultar el humo espeso de la desobediencia a tus espaldas».
Peale nunca olvidó la respuesta de su padre. Le enseñó una valiosa lección acerca de Dios. Él no puede pasar por alto nuestra desobediencia aun cuando tratemos de distraerle. Sólo nuestra obediencia restaura nuestra relación con Él y añade poder a nuestras oraciones.
Maxwell, J. C. (1998; 2003). Compañeros De Oración. Thomas Nelson, Inc.
Si queremos que nuestra oración sea oída por Dios, recordemos que un paso esencial es ser obedientes. La Obediencia de un hijo de Dios enternece su corazón, la desobediencia en algún momento será confrontada por Él.
Jeremías 42:3
Sea bueno, sea malo, a la voz de nuestro Dios al cual te enviamos, obedeceremos, para que obedeciendo a la voz de nuestro Dios nos vaya bien.
Daniel 9:11.
Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos.
Jesús en ti confio, plenamente me entrego tu santisima voluntad,