Sentada plácidamente cerca de la ventana observo la majestuosa montaña que se erige frente a mí. No puedo dejar de admirarla, la he amado desde que era una niña, siempre la busco desde cualquier lugar de la ciudad donde me encuentre, mis ojos siempre la miran y no puedo dejar de maravillarme ante su grandeza.

Pero hoy, al contemplarla, mis pensamientos van más allá de su belleza. Pienso que siempre está allí, y me parece que siempre estará, que por lo menos no se desvanecerá tan fácilmente como muchas cosas en nuestro mundo actual. 

Entonces, mis pensamientos se agolpan en mi mente y vuelan más rápido de lo que mi mano puede escribir; tratando de capturarlos como el que persigue a un ave, hago mi mayor esfuerzo para expresar lo que siente mi alma en este momento. Sin embargo, mi esfuerzo no es suficiente, no tengo alas y mis pensamientos vuelan incansablemente. Solo me queda la esencia de ellos que me dicen que así como la montaña, así deben ser nuestras vidas: constantes, sólidas, firmes, inconmovibles.

Al rato, mi hijo mayor se acerca para compartir conmigo su nuevo logro en la guitarra. Primero me explica y luego deja mover sus manos suavemente sobre las cuerdas. Escucho una bella melodía, y pienso nuevamente. ¿Cómo no ha de escucharse bella si él la ha practicado día tras día? ¡Me lleno de regocijo! En mi corazón estoy segura de que él ya sabe uno de los secretos de una vida plena. Él, mi hijo, sabe que algo que se anhela no llega por solo desearlo, sino que necesita trabajarlo. Y cuando lo ha alcanzado, después de haberlo intentado muchas veces, entonces en su cara brota esa expresión de alegría profunda, que es serena, que llena, pero que no hace bulla sino que habla en silencio. 

Converso con él, compartimos una galleta de canela que a los dos nos encanta. Disfruto el momento, lo respiro, lo vivo intensamente, casi quisiera prolongarlo, no dejarlo extinguirse…

Entonces, pienso nuevamente en la montaña, que siempre está allí, que siempre mis ojos la ven. También, esta vez, pienso en todas las cosas que no puedo ver, que no puedo palpar con mis sentidos, pero que indescriptiblemente también están siempre allí o aquí, y que son más reales que la majestuosa montaña que mis ojos físicos pueden ver. 

Respiro profundamente, como para sentir más intensamente este hermoso momento. Entonces le pregunto: ¿Qué es para ti la perseverancia? Sus manos dejan de tocar las cuerdas por un momento, su mirada es profunda y su voz pausada: -No desistir de algo.

Su respuesta me impresiona, es segura y concisa. Sus manos vuelven instantáneamente a las cuerdas. Por unos segundos guardo silencio digiriendo sus palabras: -No desistir… Como para probarlo, mi mirada lo busca, nuestros ojos se encuentran y seguidamente le pregunto: ¿Qué es para ti, “no desistir de algo”? Su respuesta no se hace esperar, viene rápidamente, sin vacilar: -Ser fiel. Terminamos la galleta, y con la premura de la adolescencia toma la guitarra, se levanta y me dice: Chao Mami, gracias. 

He vivido un gran momento con mi hijo, por ese momento vale la pena todo el día, toda la vida.

Al instante, mi corazón piensa en lo que quiero compartir con ustedes, en lo que he estado pensando, en la montaña, en la vida, en Aquél que siempre está allí, en las cosas que se ven, y en las que no se ven, pero se sienten y son tan tangibles como lo material. Entonces, me pregunto a mi misma: ¿Cuál era mi tema de hoy? Sí, era la perseverancia, pero ya todos mis argumentos han sido resumidos en las respuestas de este joven. ¿Recuerdan sus respuestas?

NO DESISTIR, SER FIEL.

Rosalia Moros De Borregales.

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