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“He deseado tu salvación, oh Dios, y tu ley es mi delicia”
Salmo 119:174 .

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Hace un par de meses tuve que ir a la ciudad (yo vivo en un pueblo de las afueras) y de regreso, cuando me disponía comprar el boleto del tren, me di cuenta que la fila de personas era demasiado larga y el tren que me correspondía estaba a punto de partir, tenía que subir a ese tren o de lo contrario tendría que esperar unos 30 ó 40 minutos para el próximo, y yo quería irme ya.

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Sabiendo que no siempre el revisor de los boletos hace su ronda por los vagones, decidí subir al tren “desafiando un poco la fortuna”. Como seguramente ya habrán imaginado, ese día el revisor había amanecido con unas ganas enormes de trabajar y me pidió mi boleto. Tuve que pagar unas cinco veces más de lo que normalmente vale el boleto como multa. Cometí un error y tuve que pagarlo con creces, fui deshonesto y obtuve mi merecido, porque hay una ley que dice que si estas sin boleto en el tren debes pagar una multa.

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Ciertamente es una ley en la cual no me deleito, y no me deleité entonces, pero la ley es la ley y me guste o no, se debe cumplir.

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La Biblia narra la historia de un joven llamado Daniel el cual, gracias a su diligencia, fidelidad y grandes cualidades administrativas se ganó el más grande respeto del rey. Tanto que dice la Palabra que el rey pensó ponerlo al frente de todo el reino. Pero los líderes de su época comenzaron a conspirar contra Daniel, pero gracias a su testimonio de vida, no podían encontrar nada para acusarle. Hasta que se les ocurrió hacerlo ante lo único que sabían que Daniel no quebrantaría jamás. Dice el versículo 5 del capítulo 6 del libro de Daniel: «Nunca encontraremos nada de qué acusar a Daniel, a no ser algo relacionado con la ley de su Dios.» (N.V.I).

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Simplemente, para acusar a Daniel lo único que había que hacer es crear una ley que se opusiera a la ley del Dios de él, para poder acusarlo. Acá hay un elemento muy interesante. Esta ley que crearían no la querían concebir para hacer cambiar la manera de pensar de Daniel, sino para acusarle, fue maquinada específicamente para ponerlo en evidencia, esto me lleva a pensar que estos sátrapas, que conspiraban contra Daniel, conocían perfectamente las convicciones de Daniel, su testimonio e integridad les había convencido que no podrían hacer nada para acusarle, entonces la solución sería hacer una ley que Daniel no pudiera cumplir por ir directamente en contra con la ley de su Dios. En otras palabras: “este cristiano por mas cosas que hagamos, nunca va a pensar como nosotros, hay que idear algo que vaya en contra de sus convicciones para sacarlo del medio de una buena vez…”

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Dice la Palabra que fueron delante del rey y, cito textualmente el versículo 7: “Nosotros los administradores reales, junto con los prefectos, sátrapas, consejeros y gobernadores, convenimos en que Su Majestad debiera emitir y confirmar un decreto que exija que, durante los próximos treinta días, sea arrojado al foso de los leones todo el que adore a cualquier dios u hombre que no sea Su Majestad”.

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Ciertamente un decreto insulso, estúpido, nada práctico y que se delataba abiertamente su en intención. ¿Sólo por treinta días? Claro, tiempo suficiente para sacar a Daniel del mapa, después no importa lo que pase… “es un decreto idiota y nada provechoso de todas maneras…”

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El rey debía ponerlo por escrito para que, conforme a la ley de la época no pudiera ser revocado. Y así fue. Lo que ocurrió después es bien conocido o por lo menos se puede deducir de manera sencilla.

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Daniel al oír que el decretó había sido firmado, se fue a su habitación, abrió las ventanas de par en par, y se puso a orar a Dios, y alabarle como solía hacerlo. La primera vez que leí el versículo 10 me pareció que Daniel actuó de manera provocadora y deliberada. Pensé que Daniel podría seguir adorando a Dios en secreto y así guardar su testimonio y a la vez no desobedecer los decretos reales. Hoy lo leo y me parece igual de provocador y atrevido, pero, ¡bien por Daniel! Su actitud dice claramente: “ninguna ley que vaya en contra de la ley de mi Dios podrá prevalecer en mi vida y lo gritaré a viva voz y con mis hechos lo demostraré, aunque eso me cueste la vida”.

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¡Qué hermoso el ejemplo que nos deja Daniel! En su contra había una ley, sin embargo decidió ser fiel a la ley de Dios y convertirla en su delicia aunque eso significara la muerte.

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Las leyes que el mundo dicta son como la ley que concibieron estos gobernantes que querían fastidiar a Daniel, son vacías, nada provechosas, vanas, duran poco para ser sustituidas por otras de moda y van en contra la ley de Dios para nuestras vidas. Cuando me refiero a la ley de Dios, no me refiero específicamente solo a los mandamientos y los preceptos de la ley en sí, sino también a la voluntad de Dios para con nosotros. Pero estas leyes sean del mundo o no, son leyes y tal como la ley que me obligaba a pagar una multa en el tren todas tienen sus consecuencias, buenas o malas pero las tienen.

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Te ruego Señor que me ayudes a ser como Daniel, a abrir provocadoramente las ventanas de mi habitación para que todos vean que en tu ley esta mi delicia; que aunque me cueste caro serte fiel y serle fiel a tus preceptos, el mundo pueda ver que tu, tu ley, tu voluntad y que mi amor por ti y mis convicciones son mucho mas importantes que las leyes vacías y vanas que el mundo obedece y concibe en contra mía. Amen.

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Continuará…

Rocco Cicchetti