¿Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos?Salmo 115:8

Recuerdo una noche mientras leía la Biblia, durante mi estancia en Costa Rica, que me encontraba en la cama tratando de encontrar alguna enseñanza en la Palabra acerca de la confianza en Dios, y recuerdo que algunos días atrás había leído el Salmo 115, meditaba en ese pasaje. Quisiera citar algunos versículos:

4. Los ídolos de ellos son plata y oro, Obra de manos de hombres.
5. Tienen boca, mas no hablan; Tienen ojos, mas no ven;
6. Orejas tienen, mas no oyen; Tienen narices, mas no huelen;
7. Manos tienen, mas no palpan; Tienen pies mas no andan; No hablan con su garganta.
8. Semejantes a ellos son los que los hacen, Y cualquiera que confía en ellos.

Como no me consideraba una persona que pone su confianza en el dinero, quería enfocar el Salmo desde éste punto de vista, para exhortar a mis hermanos a no poner su confianza en el dinero sino en Dios, pues muchas veces se hace del dinero un ídolo. A pesar de que este Salmo habla acerca de las imágenes hechas por ¨ellos¨ (hombres que no conocen a Dios) y adoradas como dioses, pensé en que un ídolo podría ser cualquier cosa que le quitara a Dios su lugar y se me ocurrió que el dinero, aparte de tener valor como el oro y la plata, tienen figuras de hombres estampadas que a pesar de tener boca, no hablan, a pesar de tener ojos, no pueden ver, etc. y de cómo la palabra ¨ellos¨ no se refería solamente a quienes no conocen a Dios sino que podía perfectamente ser aplicada a los cristianos.

Comencé a desarrollar mi pequeña reflexión, pensando en que era una analogía muy hermosa y apropiada, cuando levanté mi mirada y vi a alguien conmigo en el cuarto. Era yo mismo, reflejado en el espejo. Allí Dios comenzó a hablarme.

De pronto me di cuenta que el Salmo 115 estaba refiriéndose a mí mismo. Allí estaba un hombre, con boca, ojos, orejas, nariz, boca, manos, pies! todo lo que describía el Salmo que tenía abierto delante de mí, y que calificaba como ¨los ídolos de ellos¨. Entendí de inmediato lo que Dios que me quería decir al leer el versículo 8. ¡Cuántas veces había hecho de mí mismo un ídolo!. ¿Cuándo? Simplemente cuando confiaba en mí mismo, más que en Dios; cuando confiaba en mis propias fuerzas y capacidades antes que en la Mano de Dios para guiarme a Su Voluntad, perfecta y agradable. Aunque puede sonar algo extraño, entendí que al confiar en mismo, me volvía? ¡Igual a mí!

Apreciados hermanos, cada vez que ponemos nuestra confianza en nosotros mismos, nos hacemos semejantes a nosotros mismos, obra de nuestras propias manos, con boca si, pero una boca que no habla lo que Dios quiere que hablemos; con ojos, pero con unos ojos que no pueden ver la Voluntad de Dios, unos ojos que no ven a Dios en las circunstancias difíciles, en las pruebas, unos ojos que no pueden discernir las oportunidades que vienen de parte de Dios; con oídos claro, pero unos oídos que no pueden oír la voz del Señor, que no diferencian las diferentes voces, sentidos que, cuando confiamos en nosotros mismos, vienen a ser inútiles. Con manos, pero unas manos que no pueden palpar las cosas que Dios nos quiere dar, que no pueden transmitir el amor de Dios con una caricia, que no pueden sanar un dolor; unos pies que no andan, pues en nuestras fuerzas caminamos por senderos que Dios no nos ha indicado, pies que no andan, pies inservibles.

Desde aquí, quisiera animarles a reflexionar, en quien hemos puesto nuestra confianza, ¿en Dios o en nosotros mismos? Puede ser que tengamos muchas capacidades, dones, virtudes y potenciales, pero si no están en manos de Dios, no nos van a servir de mucho. Yo deseo aprender a confiar cada día más y más plenamente en el Señor, sólo en Él.

Te pido Señor que me enseñes cada día a confiar en ti. Te ruego Señor, que mis ojos vean lo que tu deseas que vean, que mis oídos oigan tu dulce voz cada vez que me quieras hablar, que mis manos sean tus manos y mis pies los tuyos, para poder caminar siempre contigo, en Tu Voluntad; que mi boca hable tus palabras y que estas sean bendición a los oídos que lleguen. Ya no quiero más confiar en mi mismo, pues ya no quiero ser semejante a mí, no me quiero parecer a mí, yo me quiero parecer a Ti.

Rocco Cicchetti
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