Una noche, varios estudiantes esparcieron queso Limburgo sobre el labio superior de un compañero de cuarto mientras éste dormía.

Al despertarse, el joven sintió el mal olor y exclamó: “¡Esta habitación huele mal!”

Se asomó al pasillo y dijo: “¡El pasillo huele mal!”

Saliendo del dormitorio dijo: “¡El mundo entero huele mal!”

¿Cuánto tiempo crees que tardó en darse cuenta de que el problema estaba debajo de su nariz?

Es fácil, y hasta nos resulta natural, encontrar defectos en el mundo que nos rodea, y seguir ciegos a la manera en que contribuimos al problema. ¿Seremos nosotros el problema?

Cuando plantamos lechuga y no crece bien, no le echamos la culpa a la lechuga, sino que buscamos las razones por las cuales no está creciendo bien. Tal vez necesite fertilizante, o más agua, o menos sol.

En el huerto de nuestras relaciones interpersonales, nuestro trabajo como jardineros es buscar el clima más propicio y nutrir el suelo. Debemos quitar la maleza del negativismo y la autojustificación para proteger las tiernas plantas del calor de los celos y de los fuertes vientos de la ira. Cuando aplicamos el amor de Dios y su cuidado en el trato con las personas, ciertamente nuestras relaciones crecerán y florecerán.
1 Corintios 3:8
Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor.