Cuando yo tenía trece años, mi familia se había mudado al sur de California del norte de la Florida un año antes. La adolescencia me había golpeado fuertemente.
Me mostraba enojado y rebelde, y prestaba muy poca atención a lo que decían mis padres, en especial si se refería a mi. Como tantos adolescentes, luchaba por evadir todo aquello que no concordara con la imagen que tenía del mundo.
Al creerme un joven “brillante que no necesitaba consejos”, rechazaba toda manifestación abierta de cariño. De hecho, me enojaba al escuchar la palabra amor.
Una noche, después de un día especialmente difícil, me encerré enojado en mi habitación y me fui a la cama. Mientras yacía allí en la intimidad de mi dormitorio, mis manos se deslizaron debajo de la almohada. Encontré un sobre que decía, “Para leer a solas”.
Puesto que estaba solas, nadie sabría si lo leería o no, así que lo abrí.
Decía: “Mike, sé que tu vida es difícil ahora, sé que te sientes frustrado y que no siempre hacemos las cosas bien. También sé que te amo con toda el alma y que nada de lo que digas o hagas podrá cambiar eso.
Estaré siempre a tu lado por si necesitas hablar, y si no, no te preocupes. Soló quiero que sepas que no importa a dónde vayas o lo que hagas en tu vida, siempre te amaré y me sentiré muy orgullosa de que seas mi hijo. Estaré siempre contigo y te quiero, eso nunca cambiará. Con amor Mamá.”
Esa fue la primera de varias cartas “para leer a solas”. Nunca se mencionaron hasta que fui adulto.
Hoy en día viajo por todo el mundo ayudando a la gente. Al final de un día que me encontraba en Sarasota, Florida, dando un seminario, una dama se me acercó para confiarme los problemas que tenía con su hijo.
Caminamos por la playa y le conté acerca del eterno amor de mi madre y de las cartas “para leer a solas”. Varias semanas después recibí una tarjeta en la que me decía que le había escrito su primera carta a su hijo.
Aquella noche, cuando me fui a la cama, puse mis manos debajo de la almohada y recordé el alivio que sentía cada vez que recibía una carta. Justo antes de quedarme dormido, agradecí a Dios que mi madre supiera lo que yo, un adolescente rebelde, necesitaba.
Hoy, cuando hay tempestades en los mares de la vida, tengo la certeza de que bajo mi almohada existirá siempre aquel testimonio de que el amor-constante, perdurable e incondicional transforma la vida.
Mike Staver, Sopa de pollo para El Alma de la Madre.
Por nuestras madres llegamos a conocer el amor, con sus dos fundamentos que lo componen el amor es adecuado y lleva implícita la incondicionalidad. En el amor de mi madre, llegué a conocer y entender el amor de Dios padre Jehová. En su permanencia mi estabilidad, en su incondicionalidad mi existencia. En el no hay oscuridad, solo luz clara , nítida , transparente. Única porque no se extingue, como el amor de mi madre que en ausencia permanece con la misma intensidad. No hay soledad, porque está en cada lugar que hábito. Gracias Dios padre Jehová por todo cuanto tú me das y otorgas. Gracias. Amén
Muy buena estrategia para comunicar a alguien que si necesita de alguien , a veces de adolescente nos sentimos autosuficientes, sin pensar en las consecuencias. Bonito mensaje de reflexión .
Hoy más que nunca se necesita de la ayuda de Dios para afrontar las dificultades.
Que buena estrategia y de aplicacion en este tiempo. Gracias y bendiciones!!!
Si eso es una madre y hace una madre; con más razón Dios