Una banda de delincuentes juveniles tenía un método refinado  para actuar. Ingresaban a un negocio en grupo y dos o tres se separaban de los más. El grupo se alejaba y comenzaba una pelea de gritos, lo que concentraba la atención de los empleados y clientes. Todos los ojos se fijaban en los alborotadores, lo que permitía que los ladrones errantes se llenaron los bolsillos con mercadería o dinero en efectivo y abandonaban el negocio antes de que alguien siquiera sospechara lo que sucedía.

Podían llegar a pasar horas e incluso días antes de que el comerciante víctima del hurto se diese cuenta de  que le faltaba algo e hiciese la denuncia a la Policía. Para entonces, los ladrones estaban bien lejos y no existía posibilidad alguna de recuperar lo robado.

La tentación opera de la misma manera. Nos distrae por medio del encanto de la fama, la fortuna, el poder o la satisfacción de los deseos de la carne. Mientras tanto, nos apartamos de los pasos certeros que debemos dar hacia el cumplimiento de nuestros objetivos. Cuando apartamos los ojos de lo que es verdaderamente importante en nuestra vida, corremos el riesgo de perderlo.

Creo que la lección que he aprendido es que no hay nada que reemplace el prestar atención.

Proverbios 1:5
El sabio oirá y crecerá en conocimiento, y el inteligente adquirirá habilidad.