Un día una joven, dando un paseo por el monte, vio sorprendida que una pequeña liebre le llevaba comida a un enorme tigre malherido que no podía valerse por sí mismo. 

Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al
siguiente día para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual.
Con enorme sorpresa pudo comprobar que la escena se repetía: la liebre dejaba un buen trozo de carne cerca del tigre.

Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta.

Admirada por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo: “No todo está perdido.  Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas”.

Así que la joven decidió rehacer la experiencia… se tiró al suelo,
simulando que estaba herida, y se puso a esperar que pasara alguien y la ayudara.  Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. 

Siguió así durante todo el día siguiente… y el siguiente. Ya se iba a levantar, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio, cuando sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo y la tristeza del abandono.

Su corazón estaba devastado, ya casi no tenía fuerzas para levantarse.

Entonces allí, en ese instante, oyó… ¡con qué claridad, qué hermoso!  Era una voz, muy dentro de ella, que decía: “Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad… deja de hacer de tigre y simplemente sé la liebre”.

Enviado por Edilberto Méndez

Si bien todos nosotros atravesamos y atravesaremos momentos difíciles en la vida en los que necesitaremos el apoyo de otros en el camino, la historia de hoy nos lleva a reconocer que siempre debemos considerar ser nosotros quienes ayudemos en vez de quienes recibamos la ayuda.  Y es que en realidad no podemos hacer nada para que otros se interesen en nuestra necesidad, pero en cambio, sí que podemos hacer mucho interesándonos en las de los demás.  Una vez un niño,
al oírme compartir sobre este principio, me preguntó: “Pastor, pero si siempre me preocupo por ayudar a los demás, ¿quién se preocupará por ayudarme a mí?”  Mi respuesta del momento la recuerdo como si fuese hoy, tal vez porque me la he repetido a mí mismo miles de veces (cuando me siento un tanto solo y derrotado): “¡Dios vendrá en tu ayuda!”  ¡Lo maravilloso es
que por más de 40 años he visto a Dios hacerlo… una y otra vez!  Si tal vez sientas que esto está más allá de tu experiencia y capacidad, ¿por qué no hacer un tiempo para adorar en compañía de otros creyentes, al Salvador este fin de semana?  Tal vez descubras que será más lo que Él te dé que lo que tú puedas darle… y salgas renovado para vivir una vida distinta y más plena.
Adelante y que el Señor haga resplandecer Su rostro sobre cada uno de ustedes.

Raúl