Tengo unas amigas que pasan horas cada día intercediendo en oración. Sus hijos ya son adultos y se han ido, así que ellas pueden dedicar más tiempo a interceder. Yo no esto en la misma fase de la vida. Sin duda, oro todos los días y tengo un diario de oración en el que escribo con regularidad. Pero durante estos años tan ocupados en los que mis tres hijos consumen la mayoría de mis horas despierta, también encuentro fortaleza en oraciones pequeñas. Me gusta llamarlas “Oraciones Filtradas”.

Todas estas oraciones cortas, recursos de poder, se manifiestan a través de los evangelios:

Los discípulos oraron: “¡Señor, sálvanos!”
La madre atormentada oró: “¡Señor, ayúdame!”
El soldado clamó: “Señor, mi siervo esta sufriendo…”
El maestro de la Ley dijo: “Maestro, te seguiré…”
El leproso dijo: “Señor, tu puedes limpiarme…”
El ciego gimió: “Ten misericordia de nosotros, Señor…”

Hoy mis oraciones pequeñas son algo así:

“Rodéanos con tu amor”.
“Enséñame”.
“Llénanos con tu Espíritu”.
“Ayúdame a ser paciente”.
“Por favor da sabiduría a los niños”.
“Los niños necesitan ser guiados”.
“Gracias, Señor”. “¡Qué tremendo, Dios!” “¡Tú eres maravilloso!”

Algunas oraciones son pedidos de ayuda. Otras, un simple reconocimiento de los hechos. La forma o apariencia de las oraciones en realidad no importa. No hay restricciones de cómo o cuándo se deben filtrar. Envíelas hacia el cielo mientras coloca las muñecas o los carritos en la caja de juguetes por enésima vez, al hacer la fila en el supermercado, o en un congestionamiento de tráfico.

Para aquellos de nosotros que somos padres agobiados, lo más importante es conectarnos con Dios y ligar el alma a nuestra fuente divina. Así como un suave toque al interruptor genera poder para iluminar un cuarto, también nuestras pequeñas oraciones nos conectan con Dios y desatan su energía, que nos fortalece para enfrentar el día.

Efesios 6:18
Con toda oración y súplica orad en todo tiempo en el Espíritu…

Fuente: Un café para el alma, Editorial Unilit