EL DÍA “D” DE CRUCITA

Crucita andaba esa mañana, profundamente desesperada y angustiada; su rostro estaba hinchado de las lágrimas que la pobre muchacha de 18 años había derramado por no encontrar a su bebé a quien había amamantado hacía unas horas.

Ella lo buscaba como quien busca una moneda de oro que se le ha extraviado y  preguntaba a todo el mundo: “¿No han visto a mi bebé?”  Los días se sucedieron, el uno al otro, sin traerle esperanza alguna; pero no pasó uno sólo de ellos sin que ella formulara la misma pregunta a sus amigos y vecinos.

El bebé de Crucita tenía solamente 11 meses de nacido cuando su padre lo secuestró, privándolo del calor de su madre, acción que pudo llevar a cabo al contar con el apoyo y recursos financieros de su familia.  A partir de ese momento, su mamá nunca más lo volvió a ver… hasta pasados 30 años.

El escenario de esta obra viva pintaba de la siguiente manera: el padre del bebé era el hacendado del pueblo y ella, la ingenua y casta campesina, hija de una familia pobre, honorable y honrada, que servía a los más acomodados.  Crucita se había sentido orgullosa y halagada cuando se dio cuenta de que este galán había fijado sus ojos en ella: era su primer amor.  Lo que ella ignoraba era que el amor verdadero brillaba por su ausencia en esa relación de “atracción pasajera”.

Como Crucita, todos tenemos un día “D”.  Se le llamó el día “D” al día cuando la Europa dominada por los nazis fue invadida por un esfuerzo aliado de diferentes países el 6 de junio de 1944, durante la Segunda Guerra Mundial.  Las tropas entraron por Normandía, al noroeste de Francia, y lograron su objetivo aunque a costa de miles de muertos.  El nombre de día “D” se ha dado, a partir de entonces, al día en que algún evento significativo ha tenido lugar.

Por lo tanto, ese día “D” en nuestras vidas tipifica algún drama crucial que atravesamos.  Es ese día que nos lleva a pensar que no habrá nada más, una vez que salgamos de esa situación tan terrible y amarga que estemos viviendo.  Es ese día en que pensamos que nuestro mundo se acabó, y que nuestra razón de vivir se desploma para siempre.  Ese día “D” puede ser marcado por la muerte de un hijo o más de uno, mientras nosotros le sobrevivimos, o por la pérdida de todas nuestras posesiones –sean cuales sean– y quedarnos en la calle, o por sufrir un accidente en el que nuestro ser amado quede con parálisis cerebral, o por experimentar la impotencia del débil frente al poderoso que nos avasalla y saca provecho de nosotros.

¿Quién sabe cuál será ese día lleno de nubes en tu vida?  Te quiero decir que siempre habrá un sol que lo ilumine; para Dios no pasamos desapercibidos.  La Biblia dice que el sol brilla para todos y, para Crucita, ese día de sol brilló cuando se dio cuenta de que en su vientre saltaba un nuevo ser, cuando se dio cuenta de que este galán le había dejado otro hijito.  ¡Para ella se iniciaba una nueva razón de vivir!

Ana de Irigoyen
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