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La muerte es el tema menos agradable de tratar, la mayoría de las personas tienen un temor incomprensible hacia la muerte. Y es algo que no podemos evitar, tarde que temprano debemos enfrentarnos a ella y en el peor de los casos a la pérdida de un ser querido, pero cuando sucede esto siendo pequeños, es aún más difícil de comprender e imaginar.

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Cuando tenía 14 años, mi papá de 35 años, murió repentinamente de un tumor en la cabeza, digo repentinamente pues, él amaneció enfermo y al día siguiente estaba ya en el hospital declarado muerto. Fue muy difícil aceptar la realidad a la que me enfrentaba, y hasta el día de hoy es difícil recordarlo sin sentir dolor por su ausencia.

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Mi papá fue excepcional como hijo, hermano, padre y esposo. Él acepto a Dios 2 años antes de morir, pero fueron sus dos años más felices y plenos. Enfrentar esta realidad, no sólo fue difícil para mí, lo fue para mi mamá que con 32 años quedaba viuda y con 3 hijos huérfanos de padre, lo fue para mi hermana de 13 años y para mi hermano de tan solo 8 años.

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Los años siguientes fueron complicados para todos, cada quien llevó su pena y la manifestó diferente, mi mamá tuvo que enfrentarse a hacer un trabajo fuera de su casa, dejando a sus hijos al cuidado de otros para poder recibir un sueldo y así cuidar de su familia, mi hermana de 13 años se enfrentó a un miedo a todo, y al rechazó a la muerte de mi papá, mi hermano de 8 años, creció sin un padre, sin figura masculina en casa, y entró en una etapa de rebeldía extrema por más de 10 años y en mi caso, me sumergí en la negación y en la falta de expresar mis sentimientos.

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Aún recuerdo ese día, cuando mi mamá y mi hermana salieron hacia el hospital con mi papá sin que ninguno supiéramos que ya estaba en coma, y recuerdo cuando me avisaron que tenía una llamada en la casa de la vecina, al entrar a su cuarto y ver a mi tía gritando tirada en el piso, no tenían que decirme nada, todo alrededor me gritaba sin palabras que mi papá había muerto, tomé la bocina del teléfono y escuché al otro lado a mi mamá diciendo: “Mi vida, papito se fue con el Señor”.

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Siendo tan solo una adolescente, no pude llorar la pérdida de mi padre, pues mi familia paterna estaba en un caos absoluto, tuve que guardarme las lágrimas y enfrentarme a todos para así poder calmarlos y consolarlos. Fui yo quien tuvo que decírselo a mi hermanito que jugaba en el patio con mi prima un año mayor que él. Y guardé también lo que sentía, que no lloré la muerte de mi papá por muchos años, hasta 10 años después conversando con mi esposo pude soltar todo y llorarlo.

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Es por esto que entiendo la pérdida de un ser amado, porque lo viví en carne propia.Pero lo más importante es que puedo ver hacia atrás y sentir paz. Hoy puedo decir con certeza que mi familia y yo, vimos a Dios en medio de la adversidad, y que crecimos como personas y como familia. Pueden sonar ligeras mis palabras, pero hoy, 20 años después, veo al pasado como un buen recuerdo, veo que lo que viví y cómo decidimos vivirlo es la causa que produjo lo que hoy vivo.

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Hoy en día pienso en tantas personas que están pasando por esto, pero sobretodo pienso en los niños y niñas, para quienes es tan difícil enfrentarse a una verdad tan dura, una verdad que te cambia la vida. Como adultos podemos tratar de buscar maneras de olvidar y tranquilizar nuestro corazón, pero cuando somos pequeños lo único que entendemos es que duele, duele tanto que hasta sentimos esa presión en el pecho.

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Creo que cuando enfrentamos una muerte de un ser tan cercano, siendo tan pequeños, necesitamos enseñar a nuestros hijos a enfrentarlo, que sepan que… duele… SI, lo extraño… SI, lloro ….. SI, la vida continua….. SI necesitan saber que somos de carne y hueso, que lo sufrimos también, pero el mundo no acaba ahí. Entre más rápido nos levantemos, más rápido creceremos. Sus cerebros son tan pequeños, pero también tan capaces de aprender y crecer más rápido de lo que creemos y podemos como adultos.. No podemos huir del dolor, pero si podemos enfrentarlo y crecer de él.

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Mi deseo es llegar a concienciar en ti, que esos niños que están pasando por esto necesitan toda tu atención, sé que es muy difícil para nosotros, pero cuando somos papás y mamás, nuestros hijos son muy importantes, como para ponerlos en un segundo plano. Ellos (as) necesitan saber que:

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1. estamos ahí, para apoyarlos, abrazarlos, consolarlos, AMARLOS.
2. pueden y deben llorar, no dejen que se guarden nada, que saquen todo lo que sienten, esto aligera la carga y produce paz.
3. estamos pendientes de él o ellos, que estamos presentes en todo momento y sentido.
4. que Dios esta con ellos, y que aunque parezca injusto, él tiene un plan, que ahorita no se ve, pero es su plan y debemos confiar en él.
5. que somos de carne y hueso, y que también estamos sufriendo y lo (a) extrañamos.

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Podría seguir diciendo muchas cosas positivas que vendrán, pero la verdad es que cuando estamos pasando por esto, no hay nada que se vea positivo, sólo deposítate en Dios, descansa en su regazo, entrégale tu hijo (a) (s) a Dios, es lo mejor que puedes hacer. Descansa en él y él hará.

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Jesús nos da estas palabras de consuelo: “No se preocupen ni sufran. Si confían en Dios, confíen también en mí. Allá donde vive mi Padre hay muchas moradas y voy a prepararlas para cuando vayan. Cuando todo esté listo, volveré y me los llevaré a ustedes, para que estén siempre donde yo esté” (Juan 14:1-3 BD).

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Andrea Carrillo de Contreras.

www.andreacarrillo.com