Cuando yo era una niñita, mis padres compraron su primera casa. Una tarde, toda la familia nos metimos de repente en el automóvil y nos fuimos a donde estaríamos viviendo pronto.

No lo podía creer. La casa no tenía ventanas ni puertas y tenía un olor extraño. Se podía ver el sótano claramente a través de grandes brechas en el suelo y tuvimos que encaramarnos a una escalera para bajar allí.

Esa noche, cuando le pregunté a mi madre por qué ella y papá querían vivir en una casa como ésa, ella me explicó que aquel constructor todavía no la había terminado. “Sólo espera y verás -dijo-. Creo que te va a gustar cuando quede lista”.

Pronto comenzamos a ver cambios. A la casa le pusieron ventanas, luego puertas. El “olor raro” de la madera nueva se fue. Pintaron las paredes.

Mamá puso cortinas en las ventanas y cuadros en las paredes. La casa incompleta se había transformado. Había llevado algo de tiempo, pero finalmente había quedado terminada.

Como cristianos, nosotros también necesitamos un “acabado”. Aunque los cimientos se echan en el momento de nuestra conversión, el proceso de crecimiento continúa a lo largo de nuestra vida. Al seguir obedientes a Jesús, “el autor y consumador de nuestra fe” un día nosotros también quedaremos completos.

Ten paciencia, por favor.   ¡Dios todavía no ha terminado conmigo!

El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.  Filipenses 1:6