Después de cientos de años se encontró al pastor perfecto.

Es el anciano de la iglesia que complace a todos. Predica exactamente veinte minutos y luego se sienta. Condena el pecado, pero nunca hiere los sentimientos de alguien.

Trabaja desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche haciendo de todo desde predicar hasta barrer. Gana cuatrocientos dólares a la semana, da cien dólares semanalmente a la iglesia, maneja un auto de modelo antiguo, compra muchos libros, usa buenas ropas y tiene una familia decente.

Siempre se mantiene listo para contribuir con cualquiera otra buena causa también, y ayuda a los mendigos que pasan por la iglesia de camino a otro lugar.

Tiene treinta y seis años y ha predicado cuarenta. Es alto, más bien bajo de estatura; corpulento, pero delgado; y es bien parecido. Tiene ojos azules o pardos, según sea el caso, y se parte el cabello al medio, el lado izquierdo oscuro y lacio, el lado derecho castaño y ondulado.

Tiene un deseo ardiente por trabajar con los jóvenes y pasa todo el tiempo con los ancianos. Siempre sonríe aunque manteniendo su rostro severo, porque tiene gran sentido del humor que le halla siempre dedicado con seriedad.

Hace quince llamadas al día a miembros de la iglesia; pasa todo el tiempo evangelizando a los que no son miembros y siempre que le necesitan, lo encuentran en su salón de estudio. Desafortunadamente se fundió y murió a la edad de treinta y dos años.
Autor Desconocido.

El Pueblo no espera de los siervos de Dios perfección, pero sí honestidad. Dios espera transparencia y el Mundo exige fidelidad.

Porque el obispo debe ser irreprensible como administrador de Dios, no obstinado, no iracundo, no dado a la bebida, no pendenciero, no amante de ganancias deshonestas, sino hospitalario, amante de lo bueno, prudente, justo, santo, dueño de sí mismo, reteniendo la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen. Tito 1:7,8.