El suicidio tan temidos por todos, a pesar de ser muy hablado y encontrar artículos muy buenos y profesionales a la mano, sigue siendo un tabú que atormenta a miles de personas que padecen depresiones y a familias que temen comportamientos inapropiados en sus miembros y no toman decisiones por temor a que ese hijo(a) u otro miembro se pueda suicidar.

La cuestión es que hoy mas que nunca tenemos familias donde hay múltiples síntomas que se atacan como el problema específico de algún miembro y olvidamos que la familia es un todo, los síntomas son exactamente eso: síntomas pero de una enfermedad; todos la poseen y los síntomas los tienen solo algunos o uno de los miembros.
Sino queremos seguir escuchando de suicidios, sino queremos que nuestra sociedad siga llenándose de síntomas, sino queremos que la depresión se generalice en nuestra sociedad, vamos a tener que atender a la enfermedad para que los síntomas desaparezcan. De otro modo, podría decir que esto es: una muerte anunciada.

Todos queremos evadir a la hija que tiene problemas; al hijo que usa drogas y está hundido en un mundo distante al nuestro; al padre infiel que transmite enfermedades de transmisión sexual a la madre; queremos evadir y disculpar al padre que no trabaja y no provee para sus hijos porque él es así y hay que amarlo como es; queremos evadir al hijo adicto a la pornografía por la vergüenza de aceptar que fue en casa que lo aprendió; queremos evadir el estrés postraumático que viven algunos porque es de locos ir a un psiquiatra; queremos evadir la violencia doméstica porque eso sucede en otras familias pero no en la nuestra; queremos evadir enfrentar los abusos sexuales a los que algunos de los hijos ha sido sometido porque ¡que horror!, fue el tío fulano, o el abuelo tierno, o son inventos de la niña (o); queremos evadir que hay alcoholismo en nuestro núcleo familiar porque eso es mentira, son tomadores sociales; queremos evadir que un hijo tiene desviaciones sexuales porque sabemos que fue abusado y ahora tenemos los derechos de igualdad de sexo que nos quitan la mortificación de encima; queremos evadir problemas matrimoniales porque yo prometí: hasta que la muerte nos separe y preferimos estar ahogados en mentiras y manipulaciones que son tan dolorosas delante de Dios como el mismo divorcio,

Queremos evadir que las iglesias están llenas de líderes que abusan de los feligreses en lo económico, en lo sexual y en su tiempo; queremos evadir que estar en casa a veces es aburrido, que hay rutinas y se prefiere el camino fácil del no compromiso para así estar en la calle; en la infidelidad; en el abandono; la soledad; en las mentiras y mas. 
Solo algunos ejemplos que nos erizan la piel, que preferimos no ver, no oír y no sentir. Entonces vale la pena recalcar también los problemas ambientales tales como: la inseguridad; el hambre; la miseria; el amor al dinero entre otros. Vale la pena preguntarnos ¿por qué hay depresión?; la depresión como enfermedad es penosa y en sí misma es capaz de someter a la persona a pensamientos suicidas. La depresión se trata de un trastorno emocional que hace que la persona se sienta triste y desganada, experimentando un malestar interior y dificultando sus interacciones con las personas y su entorno; sin embargo no se debería hablar de ella sin que todos como: familia y sociedad estemos involucrados.

Aunque siempre hay las excepciones.
Según estudios serios hasta el 40% de los suicidios van asociados a enfermedades depresivas.
Quiero decir que estamos en un mundo lleno de egoísmos, donde existe el: quítate tu, para ponerme yo, estamos en una jungla llamada civilización. La verdad es que: el esposo infiel; el padre que evade al hijo en las drogas y todos los ejemplos que ya mencioné se generan en un corazón lleno de egoísmos que se toman a la ligera los tremendos y mas hermosos compromisos dados por Dios aquí en la tierra. 
Estar en un pozo de desolación es una de las experiencias mas traumáticas por la que podemos pasar y, por no contar con la unidad de lo que es la totalidad de “ ser familia” y sociedad se hace mas doloroso y traumático el transitar la horrible pesadilla de la depresión, por eso muchos no aguantan y prefieren rendirse doblegándose a la angustia y al dolor como enemigos invencibles. (El suicidio)

Muchos podrán decirme que existen los especialistas y que toda persona que está pasando por problemas debe ser vista médicamente. Por supuesto, esto es lo que yo recomiendo también; pero al punto que deseo llegar es: si entendiéramos que lo que pasan muchos son los síntomas de una enfermedad que tenemos todos, tal vez podríamos ser sanos en gran manera del brutal egoísmo y comprender nuestra responsabilidad. Podríamos tal vez entender que los principios y los valores para nuestros hijos valen mas que todo el oro del mundo; que no siempre le podemos decir que si y no siempre le podemos decir que no, que sus frustraciones son tan importantes como sus aciertos; que es capaz de tener las herramientas internas si lo sabemos educar no bajo la corriente de un mundo a oscuras y sin Dios; si cuidamos a nuestros hijos cuando estuvieron enfermos, entonces también lo deberíamos cuidar espiritualmente y enseñarles compromisos de honestidad e integridad y no esperar que otro se lo enseñe; el compromiso con Dios salva la vida; es imposible educar sin intervenir; alcahuetear sus irresponsabilidades los harán rebeldes a la autoridad; los hijos viven hipnotizados ante una pantalla y olvidan el contacto con la piel de sus seres queridos, después se hacen maquinas sexuales porque no fueron tocados y se hicieron ariscos a las caricias.

El problema del suicidio es problema de todos, amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos fue un mandato de Jesús; sin embargo hoy en medio de una humanidad “civilizada” se cometen las peores torturas y aberraciones que se creían haber dejado en la época de la prehistoria.
Hoy llamo la atención de todos para voltear nuestro rostro a la cruz; la expresión de amor de Dios dada al hombre, la mas grande de la historia, la jamás superada por nadie, la que nos da vida y la que nos despierta del letargo para darnos la mano y dejar de un lado el radicalismo religioso; las mentiras en nombre de Dios y podamos ser mejores personas; mejores seres humanos y mejores cristianos.

¿Es mucho pedir?

Picológa Gabriela Moros de Ramírez