Susan Thompson, tanto como puedo recordar, siempre practicó tocar el piano. Aún tomaba lecciones cada semana. Pero lo que resaltaba más que cualquier cosa era que practicaba cuatro horas cada día. El problema era que no debería poder tocar el piano.

No importaba cuánto practicase, nunca mejoraba. Todos le preguntaban por qué no se rendía. Ella explicaba que este era su único y verdadero gozo en la vida. Era algo que nadie podía arrebarle.

Y es que ella era adoptada y, mientras crecía, siempre recibió lo que le quedaba pequeño a los demás. Como ella era la más joven en esta familia, hubo un montón de cosas que le pasaron. La única cosa que ella podía llamar suya era el piano que compraron sus padres. Aún si era de segunda, todavía era suyo ya que ninguno de los demás hijos le interesaba tocarlo.

Las semanas si hicieron meses y los meses, años. Nunca se rindió. Durante la escuela primaria y aún durante la secundaria, practicó. Sus maestros de piano le permitían, de vez en cuando, participar en un recital. Generalmente la dejaban de última, de esa manera los otros padres podrían irse sin escucharla. Sí, así de mal tocaba.

Tal vez nos preguntemos por qué era tan mala. ¿Era sorda a los tonos musicales? ¿Era sorda? No, ella sólo tenía ocho dedos. Todos los maestros de piano le dijeron que nunca podría tocar bien debido a eso. Susan nunca se rindió: solo sonreía y seguía practicando.

Tras cumplir 24 estaba laborando en Wal-Mart como cajera. A la gente la sorprendía que ella pudiese manejar casi cualquier cosa sin problemas. Desde empacar cosas hasta contar el cambio. Susan laboró allí durante los siguientes 15 años. Incluso llegó a ser jefa de los cajeros.

Un día, mientras trabajaba, la tienda anunció una llamada para ella. Esto no era inusual ya que de vez en cuando, sus padres le pedían a uno de los niños que la llamasen para que trajese algo de la tienda a casa. Pero este día ese no fue el caso. La llamada era de una de sus hermanas. Ella dijo que Papá había muerto y que necesitaba volver a casa. Sin dudarlo, llamó al supervisor y le dieron permiso.

De camino a casa, lloró intensamente. Ella siempre había tenido un lugar especial en su corazón para su Papá, aunque no fuese su padre biológico. Fue él quien insistió que comprasen el piano. También fue él quien mantenía a raya la familia mientras ella practicaba. Tal mal como sonase, no permitía que los demás muchachos la molestasen.

Tres días después, una vez que se hicieron los arreglos para el funeral, Susan pidió tocar. Todos los muchachos estaban en contra de aquello, pero Mamá insistió que estaría bien. Tienen que comprender que Papá era un hombre bien querido y que su funeral iba a ser bien asistido. Los muchachos no querían sufrir la vergüenza de tener que escucharla a ella tocar el piano, especialmente durante el funeral de su padre.

Cuando Susan se sentó al piano, hubo un silencio tal en la iglesia que uno pudiese haber oído caer un alfiler. Todos conocían a Susan y sabían cómo tocaba. Todos pensaron que era una manera maravillosa de honrar a su padre.

Ella comenzó a tocar Sublime Gracia y el sonido que salió del piano no semejaba nada que hubiesen oído jamás. Era como si un ángel tocase. Las notas eran tan claras y Susan aún agregó unas pocas de ella misma. Para cuando ella terminó de tocar, no había un ojo seco en toda la iglesia. Cuando se desvaneció la última nota, Susan se puso en pie, se dirigió a su Papá y le dio un beso de despedida. Entonces se fue a su asiento y lloró.

Tras el culto, la gente se reunió a su alrededor para preguntarle por qué nunca había tocado así antes. Ella dijo: “Hoy era el primer día del resto de su vida en que su Papá podría oírla tocar”. Y es que su Papá era sordo de nacimiento y aunque había ido a cada uno de sus recitales, nunca la había escuchado. Ella sabía que ese día y para siempre, ahora podría oír.

Susan llegó a tocar el piano para su iglesia y en muchas otras funciones. También llegó a ser maestra de piano. Siempre la podíamos escuchar decirle a un estudiante nuevo que no importaba cuán mal sonase al comienzo, aprenderían a tocar. Cuando le preguntaban cómo podía saberlo, ella simplemente contestaba: “Mi padre está escuchando”.

Richard Causey, copyright 2007

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Dios siempre nos escucha porque es el Gran y Buen Padre. No temas ofrecerle a él lo mejor de ti. Él siempre te espera.

Y escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren hacia este lugar; escucha tú en el lugar de tu morada, en los cielos; escucha y perdona. 1 Reyes 8:30
Escucha tú desde los cielos y obra y juzga a tus siervos, condenando al impío haciendo recaer su conducta sobre su cabeza, y justificando al justo dándole conforme a su justicia. 1 Reyes 8:32