¿Qué me determina como persona?
Lo que los otros piensan y sienten sobre mi….?
Lo que deseo y quiero, lo que sueño con tener…..?
Mis experiencias pasadas….?

Le ha pasado alguna vez estar o conocer a alguien que quiera para sí misma lo que los otros creen que es lo mejor.

He tenido la oportunidad de compartir con un amigo que tiene esta forma de actuar: siempre que se ve ante la necesidad de tomar una decisión, pregunta a quienes estamos cerca qué debe hacer. Si no estamos a su alcance, llama a cada uno a preguntarle su opinión. En una ocasión, al tener un conflicto con su jefe, me llama diciéndome que no sirve para nada, que es un inútil y que no merece nada. Definitivamente, a él lo determinaba el concepto que los otros tenían sobre él o sobre su trabajo y no lo que él creía de sí mismo. Cada vez que se enfrentaba a una situación difícil, terminaba convirtiéndose en un niño indefenso y dependiente en búsqueda de quien fuera en su rescate.

Esta es una conducta que tiene sus raíces en la infancia. Hay adultos que al enfrentar conflictos terminan reactuando escenas de la infancia: hacen rabietas, esperan que aparezca alguien que haga el papel de “mamá-papá” para que les resuelvan sus conflictos. Buscan ser protegidos y que sus necesidades sean suplidas por otros.

Matilde Garvich, en su libro “Pórtate bien”, cita un extracto de la novela “Como Agua para Chocolate”, de Laura Esquivel: la obediencia ciega al deseo y la imposición de los padres es una conducta universal durante la infancia. El temor a ser rechazado, abandonado, por nuestros padres nos lleva a acallar nuestros deseos y entonces obedecemos pensando que es la única protección contra el desamparo.

Garvich plantea que percibimos la conducta de nuestros padres desde el primer día de vida ya que de bebés dependemos totalmente de ellos para sobrevivir. Cuanto más niños somos, menos posibilidades tenemos de desobedecer. Tanto nos amoldamos a los estilos materno y paterno que llega el momento en que no sabemos quiénes somos. Ya de adultos, nos encontramos comportándonos de un modo que no entendemos muy bien a qué responde; incluso sin darnos cuenta estamos hablando y pensando como nuestros padres. Que sorpresa cuando alguien nos dice: sos igualita a tu mamá o caminas igual tu papá o hablas como tu abuela. Cómo podría ser de otra manera si hemos pasado toda una vida al lado de ellos.

Estos patrones de crianza tienen un impacto enérgico en nuestros desempeños laborales y relacionales. Sin embargo, es en la relación de pareja en donde más suelen resucitar las conductas infantiles. A la pareja es a la que se le demanda atención y con esto quiero dejar muy en claro que la relación de pareja se sustenta en la atención y el cuidado sano del otro. Hablo de aquella atención que asfixia al otro, que lo atrapa. Atención que se mezcla con dependencia.

Jorge Bucay en su libro “El camino hacia a la autodependencia” dice que: seguimos siendo los adolescentes que fuimos, los niños que fuimos, los bebes que fuimos. Anidan en nosotros los niños que alguna vez fuimos. Pero… Estos niños pueden hacernos dependientes. Este niño aparece y se adueña de mi personalidad:

Porque estoy asustado,
porque algo me pasa, porque tengo una preocupación,
porque tengo miedo,
porque me perdí,
porque me perdí de mi vida….
Cuando esto sucede, la única solución es que alguien, un adulto, se haga cargo de mi.

Si de niños fuimos criados bajo la sombra de la sobreprotección y la dependencia; si me enseñaron que sin importar la situación de que se trate, mami o papi la van a resolver, van a ir a hablar con quien sea necesario para solucionarme la vida, si de niño no me dejaron ni tan siquiera hacer la mímica de llorar porque inmediatamente me daban lo que quería, si no me dejaron conocer la frustración y más bien me dieron un plus de atención; entonces de adulto voy a ser una persona dependiente, voy a esperar que los demás me den la fórmula mágica para resolver mis problemas, voy a entrar en crisis cada vez que me pidan que postergue o cada vez que me nieguen algo, voy a buscar en todo y en todos, ser el centro de atención. Como resultado, voy a obtener la crítica constante de quienes me rodean, voy a repeler parejas sanas, voy a experimentar sentimientos profundos de ansiedad e inadecuación; en fin; voy a sentirme realmente infeliz.

Hay personas que durante su infancia crecieron en hogares con esquemas rígidos; donde las normas y reglas definían la convivencia. Niños que fueron abusados emocionalmente con la espada de la desconfirmación; niños castigados físicamente de las maneras más brutales e inhumanas, niños sobreexpuestos al castigo, al regaño, encerrados entre rejas de límites y los “No”. Niños que requerían para todo la aprobación de papá o mamá. Entonces, de adultos nos encontramos con dos vertientes: una que dice: si yo aprendí con estos métodos; los demás pueden aprender y entender como yo. Padres y madres que se llenan la boca diciendo que hoy en día, el hombre o la mujer que son, se debe a la corrección y el castigo que recibieron de niños, validando de esta manera la agresión emocional y el castigo físico. La otra vertiente tiene que ver con aquel grupo que dice: A mi me enseñaron así, sin embargo yo no voy a enseñar a mis hijos e hijas de esta manera porque esta forma de crianza me hizo muy infeliz. Hay un punto intermedio; en donde se sitúan aquellos que después de haber vivido bajo este sistema de agresión y represión, terminan actuando como niños indefensos; no saben defenderse, se someten al castigo y al abuso de parejas, jefes, amigos, familiares y hasta hijos.

Salir de este patrón de conducta no es sencillo. En necesario que reactivemos nuestro pasado, que sigamos las huellas que marcaron nuestra infancia. Reaprender conductas positivas es posible.

Al encontrar el camino a la autodependencia me sabré capaz de satisfacerme a mi mismo, capaz de escuchar y validar lo que yo quiero. Es posible poder aprender a complacerme a mi mismo. Tal y como dice Bucay, “La propuesta es que yo me responsabilice, que me haga cargo de mí, que yo termine adueñándome para siempre de mi vida.”

Para Bucay, autodependencia significa dejar de colgarme del cuello de los otros. Puedo necesitar de tu ayuda en algún momento, pero mientras sea yo quien tenga la llave, éste la puerta cerrada o abierta, nunca estoy encerrado. Autodependencia significa contestarse las tres preguntas existenciales básicas: quién soy, a dónde voy y con quién…..

Y entonces: ¿quién eres?, ¿a dónde quieres ir?, ¿con quién quieres ir?

Hasta pronto!!!!!
Licda. Tatiana Carrillo Gamboa.
Psicóloga. Psicopedagoga.

Referencias: Jorge Bucay. El camino de la autodependencia
Matilde Garvich. ¡Pórtate Bien!