“Acontecerá que si oyes atentamente la voz de tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también, tu Dios, te exaltará sobre todas las naciones de la tierra”. Deuteronomio 28:1

La mayoría de nosotros tenemos asociaciones negativas por lo menos con algunos alimentos. No le caen bien a nuestro cuerpo, ya sea porque carecemos de las enzimas para digerirlos, o porque nuestro estómago “simplemente no puede manejarlos como antes.” Cuando éramos jóvenes, nuestro disgusto por toda la comida, desde los espárragos hasta los hongos, nos hicieron “comensales selectivos”, difíciles de complacer, y aun más difícil mantenerse con una nutrición balanceada.

Teníamos la tendencia a que no nos gustara nada de lo que “era bueno para nosotros” prefiriendo consumir comida frita con mucho aceite, en lugar de comer cualquier cosa asada a la parrilla.

Afortunadamente, las personas desarrollan el buen gusto por alimentos mejores. Ahora que hemos descubierto el sabor maravilloso de los hongos y de los espárragos, no podemos recordar exactamente por qué antes no nos gustaban.

Un entremés caro de bistec con granos de pimienta acompañado con una guarnición de verduras crujientes, cocidas al vapor, cubiertas con salsa “bernaise” en un buen restaurante nos parece una comida ideal, pero cuando éramos niños nuestro comentario habría sido exactamente el opuesto. “¡Uf! odio la pimienta, y ¿qué es esta cosa que tienen las zanahorias?”  Las salsas, los condimentos y los sabores que habrían volteado nuestros estómagos de cabeza cuando teníamos seis, siete u ocho años, ahora nos voltean de cabeza a nosotros.

Todo es cuestión de expectativas.  Un chico que se da cuenta de lo terrible que saben, sin importar cuántas veces su mamá le diga: “Sólo cierra los ojos; ni siquiera vas a percibir su sabor.” Si vomitaste después de comer espinacas, los dos acontecimientos quedan ligados en una expectativa sutil de que, muy posiblemente, un acontecimiento seguirá al otro.

El hecho de que simplemente se nos diga que algo es bueno para nosotros, no hace que sepa bien. De hecho, la mayoría de nosotros cree que si es bueno para nosotros, entonces no va a saber bien.  Las vitaminas y las medicinas saben mal, y sospechamos ligeramente de alguien a quien realmente le gusta la comida sana.

Entonces, ¿qué sucede? ¿Por qué acabamos disfrutando los hongos? Generalmente es por accidente, los comemos sin darnos cuenta, y sólo después descubrimos que eran un ingrediente del platillo. O no tenemos elección. Una cosa es separar los hongos de un platillo y hacerlos a un lado en la casa de nuestra mamá, pero otra cosa completamente distinta es separar los hongos que están en nuestro plato frente a la persona con quien tenemos una cita amorosa, y a quien estamos tratando de impresionar.

Nuestra conversión culinaria comienza con “No está tan mal después de todo,” y nos mueve a una anticipación egoísta de la próxima vez que podamos comer hongos salteados. Lo que pensábamos que no nos gustaba se convierte en algo que deseamos comer más.

Oír a mamá decir: “Cómete las espinacas, son buenas para tu salud,” no tenía mucho impacto cuando tenías muchas otras opciones de donde elegir. Pero, estarías mucho más inclinado a escucharla si ella te dijera lo mismo después de dos semanas en las que los dos se hubieran quedado varados en una isla desierta donde lo único comestible fuera espinacas silvestres.

Lo mismo sucede en las cuestiones espirituales. Con frecuencia escuchamos mejor cuando nuestros oídos están estimulados por un interés que te lleva al punto de decir “necesito-saber.”

Un proceso similar se lleva a cabo al aprender a apreciar los consejos de Dios hacia nosotros. Al principio, es fácil pensar que no nos gusta que se nos diga que escuchemos lo que Dios nos está diciendo.

Hoy..decido obedecer a Dios, porque lo que el pide de mi es bueno en gran manera.

Señor, Se que el mejor plato espiritual es que tu preparas para mi y lo acepto de corazón. Amén.

Dr. Daniel A. Brown.
Disfrute Tu Diario Vivir