Porque, ¿qué nación grande cerca de ella como está el SEÑOR nuestro Dios siempre que le invocamos? — Deuteronomio 4:7

En los momentos que estamos a punto de olvidar Sus instrucciones, nuestro amor por Jesús nos da un incentivo y determinación extra para guardar Sus palabras. Es como una pequeñita que quedó atrapada en un lugar peligroso como resultado de un desprendimiento de piedras.

Si trata de moverse con demasiada rapidez o en la dirección equivocada, la saliente precaria en la que está parada se desprenderá y la lanzará a la muerte. El pánico se apodera de ella; las muchas voces y el ruido la desorientan. Finalmente, la voz tranquila de su padre le dice exactamente qué hacer.

Él puede guiarla para salir del peligro paso a paso porque ella está acostumbrada a sujetarse a su voz. Todo el amor y la unión de su historia juntos sirven para mantener la atención de la pequeña enfocada en las palabras de su padre, cuando de lo contrario, ella habría escuchado la voz de los impulsos de ella misma estando asustada.

La relación entre escuchar a Dios y amar a Dios es tan notable que prácticamente la encontramos en toda la Biblia. Él relaciona el amor muy estrechamente con Sus palabras porque esas palabras son expresiones de Su amor. No son palabras arbitrarias y carentes de amor dichas ásperamente o con indiferencia hacia nosotros. Sus palabras son una manifestación de consideración y afecto cariñoso hacia nosotros.

Ya que sólo a Su pueblo le es permitido el privilegio de oír Sus palabras, escucharlo y obedecerlo nos identifica como Su pueblo.

¿Eso significa que cada vez que le desobedecemos al Señor y nos volvemos presas de las lujurias de la carne, ya no amamos a Jesús?

¿Está Él cerca de nosotros, observando todo lo que hacemos, con una vara de medir para evaluar la calidad y la extensión de nuestro amor por Él con base en nuestra pecaminosidad? Absolutamente no. Ya hemos visto que nosotros somos incapaces de guardar las palabras de Dios con nuestras propias fuerzas.

A las personas que no conocen al Señor no les importa lo que Él dice. A nosotros que lo amamos sí nos importa. Aun en los momentos en que desobedecemos Sus palabras y hacemos lo contrario a Sus consejos a causa de nuestro pecado, estamos muy conscientes de Sus palabras.

Sabemos que estamos haciendo mal porque contradice la Palabra de Dios. Tenemos presente nuestra culpabilidad porque reconocemos la verdad de lo que Él nos ha dicho. Si no guardáramos las palabras de Jesús, no reconoceríamos nuestro pecado como algo malo o ni siquiera nos importaría saber que está mal.

El pecado que “habita” en cada uno de nosotros hará muchas cosas mal. Sabemos que están mal y hacemos nuestro mejor esfuerzo para resistirlas porque definitivamente “ponemos atención a” la Palabra de Dios.

Todos nosotros hemos infringido la ley manejando a altas velocidades (45 millas por hora en una zona donde el límite es 35 millas por hora), y lo sabemos todo el tiempo que vamos manejando con tanta rapidez (por lo que nos mantenemos vigilando para ver si viene una patrulla). Por una parte esperamos que nos atrapen, y estamos preparados, desde antes, a aceptar las consecuencias porque aceptamos la autoridad del letrero que señala el límite de velocidad. Violar el límite de velocidad señalado es muy diferente a rehusar aceptar ese límite: “Sé que voy a 10 millas por hora más de lo que señala el límite” no es lo mismo que “Nadie puede decirme con qué velocidad debo manejar.”.

Es por amor a Dios que obedeceré… porque el amor me cambia la perspectiva de la vida.

Señor, Hoy me enseñarás por amor el significado verdadero de la Obediencia. En el Nombre de Jesús. Amén.

Dr. Daniel A. Brown.

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