Pero esforzáos vosotros, y no desfallezcan vuestras manos; pues hay recompensa para vuestra obra. 2 Crónicas 15:7

Grandes cosas hizo Dios por el rey Asa y por Judá; sin embargo, era un pueblo débil. Sus pies vacilaban en el camino del Señor, y sus corazones andaban indecisos. Necesitaban saber que el Eterno estaría con ellos mientras se mantuvieran fieles en su servicio; más si ellos le abandonaban, serían por Él abandonados.

Del mismo modo fue menester recordar a su vecino reino de Israel cuánto mal les resultó de su rebelión, y cuán bondadoso se les mostró cuando se arrepintieron. El propósito de Dios era confirmarles en su camino y fortalecerles en la justicia.

Dios merece que le sirvamos con toda la energía de que somos capaces. El servicio de Dios es digno de cualquier sacrificio. Si lo hacemos con diligencia y decisión, encontraremos en la obra del Señor la más rica recompensa.
Nuestro trabajo en el Señor no es vano, lo sabemos perfectamente.

El trabajo realizado sin esfuerzos, no nos proporcionará beneficio alguno; más cuando se lleva a cabo con entereza, prosperará. Este versículo fue el mensaje que recibió el autor en un día de terrible y pavorosa tormenta, y le decidió a forzar el vapor para poder llegar con toda seguridad al puerto con una carga gloriosa.

Hoy… sé que  la recompensa de lo que hago para Dios no tardará. Dios no olvidará la obra de nuestras manos.

Señor, gracias porque no le das la espalda a los que te sirven de corazón. Tu extiendes tu mano de recompensa y yo te alabo por tus bondades. Amén.

Charles Spurgeon.
Libro De Cheques Del Banco De La fe.