Con el paso de los años, mi esposa y yo hemos criado a dos maravillosos niños y hemos cuidado de algunos de los miembros más mayores de nuestra familia. Sin embargo, fue Beatriz, que necesitaba que le cambiáramos los pañales y que la lleváramos en brazos de una habitación a otra una vez perdió el uso de sus patas, la que nos enseñó a aceptar nuestra responsabilidad como cuidadores con humildad y gentileza.

¿La lección? Que no existe la vergüenza cuando se necesita ayuda de las personas que nos aman; así se les da una oportunidad de expresar ese amor de una forma diferente que, de hecho, es más honesta y más generosa. A largo plazo, la humildad de aceptar la ayuda de otros puede ayudar también a esos otros en su propia salvación.

Incluso cuando estás liado en la maraña de problemas de la vida y del mundo, un perro es completamente atento y vigilante; eres su mundo. Aquí hay una buena lección, la de prestar atención a los miembros de nuestra familia, pero hay otra lección mayor aún: cuando recurrimos a Dios, Él tampoco se distrae con los problemas del mundo; nosotros somos el mundo para Él.

Nada hay más leal que un perro. Excepto Dios. Quien hizo que los perros nos enseñaran esto.